México
El arte de la compasión
Compadecerse es ponerse en las entrañas del otro. Sentir con él. Padecer con él
Mucho debe la Iteso Clavigero en sus exposiciones de arte religioso a Alfonso Alfaro, y este caso no es la excepción. En particular es agradecible la inclusión del poema “Ciego Dios”, del padre Alfredo R. Placencia, en uno de los corredores de la casa que habitaron un tiempo, construida para ellos por Luis Barragán, Efraín González Luna, su esposa Amparo Morfín, y sus hijos e hijas. O sea, mis primos, aunque casi los vi de niña como tíos, pues mi abuelo Alfredo y mi abuela Mercedes tuvieron 21 hijos, de los que mi papá era el menor y Amparo la segunda, por lo que él la bromeaba diciéndole que ya casi no había consanguinidad entre ellos, sino un parentesco más bien lejano, dado que por el vientre de la abuela había pasado una multitud de hijos intermedios.
La noche de la inauguración de la exposición, la casa lucía tal como le hubiera encantado a mi tía verla. Mujer de oración, y de espíritu compasivo, no hubo quien se sentara a hablar con ella en su banca frente a la fuente y el granado, y no llevara consuelo. Altar de Dolores, cuadros, esculturas, retablos, relieves y poemas (uno en especial, traducido por Lope de Vega, dedicado a la Virgen María), más la música de la España de la Edad Media y la época de los Reyes Católicos, con que Eduardo Arámbula y sus compañeros de Ars Antiqua llenaron de paz el patio de las guayabas que hoy ocupa el moderno auditorio semi abierto, hicieron un gozo de esa velada.
Compadecerse es ponerse en las entrañas del otro. Sentir con él. Padecer con él. La tercera semana de los ejercicios ignacianos invita a situarse con ese inocente justo condenado a muerte en los prolegómenos de El Calvario y en la Crucifixión. Estar ahí, con Él, con su madre, María, e imaginar cuán duro fue para ambos su testimonio de amor a la Humanidad. Es un dolor que da sentido a la alegría pascual que sobrevendrá con la Resurrección.
Imagino que don Efraín hubiera protestado al ver la altura de Horizontes Chapultepec —esa desmesura de edificios quién sabe si cumplidora de reglas de urbanismo, que constructores españoles han alzado, con la venia municipal—, desde su apacible azotea de entonces, que el Iteso conserva con cuidado. Prefiero quedarme hoy con la música y el arte de los Reyes Católicos.
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