México

El alma (II)

Hablábamos la semana pasada de la importancia que tuvo Thomas Willis con su revolucionaria teoría sobre el alma

Hablábamos la semana pasada de la importancia que tuvo Thomas Willis con su revolucionaria teoría sobre el alma. Él fue el primero que advirtió que todo estaba en el cerebro. Y, en cierto modo, se refería al hecho de que el alma se trasformaba en carne en el cerebro, desde luego, se trataba de un nuevo modo de reflexionar sobre la naturaleza humana. Willis afirmaba que la memoria, la capacidad de aprendizaje y las emociones eran en realidad producto de los “átomos” del cerebro, de la química.

Nadie había pensado eso antes. Claro, hoy en día todos lo pensamos así, lo damos por sentado; pero en el siglo XVII fue Thomas Willis el que llegó a esta idea por primera vez.

Pero al contrario de Descartes, el caso de Thomas Willis es distinto, porque él tuvo (y ojo porque esto es muy importante) la precaución de dejar espacio a la noción cristiana del alma. Él mismo era un cristiano tremendamente devoto y no cuestionaba los conceptos básicos del cristianismo, simplemente quería analizar el cuerpo humano y aprender cosas sobre él y, por el camino, aprender cosas sobre el alma. Willis fue evolucionista 200 años antes que Darwin. Él brindó las pruebas que Darwin utilizaría con tanta elegancia para forjar la teoría de la evolución 200 años después. Por ejemplo: Willis sospechó que los seres humanos tenemos un cerebro “integrado”, es decir, que hemos heredado el cerebro de los reptiles y que, al evolucionar como mamíferos, no descartamos el cerebro de los reptiles, sino que lo mantenemos perfectamente integrado en un cerebro mayor. Willis observaba el cerebro de los peces, de los monos, de las vacas; analizaba estos cerebros y establecía semejanzas y diferencias. El cerebro humano se parecía mucho al de otros animales y creía que si el cerebro de un animal tenía las mismas partes que un cerebro humano, podría establecerse una correlación entre ambos. Por ejemplo, estaba persuadido de que un caballo recordaría dónde había buena comida en el prado utilizando las mismas partes cerebrales que nosotros utilizamos para recordar dónde está la despensa. La diferencia residía básicamente en que los humanos tenemos un cerebro mucho mayor, capaz de “más pensamientos”.

Aunque estas ideas prefiguran realmente un tipo de pensamiento evolucionista, para él era una prueba más del ingenio de Dios como creador, como diseñador del mundo.

Continuaremos las próximas semanas explorando estos misterios del alma, que entre más me adentro en escribirlas y estudiarlas, más me fascina lo que de ello estoy aprendiendo. Gracias por compartir conmigo este viaje.

Carl Zimmer: Soul Made Flesh: The Discovery of the Brain and How it Change the World.
Eduardo Punset: El Alma está en el Cerebro.
Thomas Willis. (1621-1675) Neurocéntrica.
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