México

El Nobel en español

No hay como los premios para propiciar la revisión sistemática del pensamiento del honrado por colectividad

Veinticuatro horas después de que el hijo de Mario Vargas Llosa, Álvaro, visitó México para hablar de economía y política, en Suecia el autor que describió a México en la década de los noventa como “la dictadura perfecta”, recibió el Premio Nobel de Literatura.

Miembro de la generación conocida como el “boom latinoamericano”, de la que forman parte también Gabriel García Márquez, igualmente galardonado con el Nobel, y los argentinos Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, quienes se fueron a la tumba sin la presea, Vargas Llosa no se ha privado de nada, ni siquiera de soñar que se puede escribir del poder y ejercerlo.

De estirpe liberal, esta familia cuya “tía Julia” enseñaba los fundamentos de la fantasía y el amor a un “escribidor”, nunca está demasiado lejos de la escena pública latinoamericana.

Álvaro, desde su fundación, pregona la libertad de mercado y el Estado de derecho, su ahora honrado papá había llevado al extremo de convertirse en candidato presidencial la voluntad de participar en la vida nacional.

Pero como el territorio de los escritores es la palabra, el sueño de la redención popular se convirtió en una fallida sucesión de discursos, sobre cómo sacar al Perú de la ignominia y una sonora derrota ante un desconocido apodado “El Chino” Alberto Fujimori.

Al fin de esa campaña, la literatura recuperó a uno de los suyos y la política peruana perdió, cuando menos para la lucha cotidiana, a un idealista.

Que Vargas Llosa es mejor hablando y escribiendo que haciendo, es una obviedad; sucede con muchos autores cuya capacidad de describir el mundo es infinitamente mayor a la de transformarlo.

El diagnóstico claro, preciso, que el Perú de los noventa necesitaba modificar el discurso del odio sembrado por la guerrilla de Sendero Luminoso y una clara apertura económica, no convenció tanto a los electores peruanos de ayer como a los lectores de la academia sueca de hoy.
Vargas Llosa se fue de Perú y de la política, y aterrizó en España y la literatura.

El español es la patria amplia y generosa que compartimos todos, lo demás es logística. La tilde sobre la eñe nos hermana tanto como algunas frases que viajan dolorosamente por nuestras fronteras cobrando carta de naturalización.

¿Dónde se amoló el Perú?, pregunta el hoy Premio Nobel en su novela Conversaciones en la catedral, y este año de 2010 más de una vez me lo he preguntado, cambiando su patria por la nuestra: ¿Dónde se amoló México? Dan ganas de preguntarle a quien con su nuevo reconocimiento internacional habrá de ser escuchado con renovada atención.

No hay como los premios, y más los importantes como el Nobel, los Oscar o sus equivalentes, para propiciar la revisión sistemática del pensamiento del honrado por colectividad.

Acumulo, igual que tal vez muchos de mis compañeros de generación, viñetas relacionados con la obra o la vida de Vargas Llosa, recordé ya algunas; me quedo sin embargo con un discurso que le escuché hace aproximadamente una década en el Foro Económico Mundial, durante una cena de presidentes latinoamericanos en la que se lamentó de que nuestros países no lograran una construcción democrática tan aburrida pero tan predecible como la Suiza, en donde el mayor sobresalto era esperar la salida del cucú de los relojes de pared.

Ya nos dirá en su discurso en Estocolmo, que como dice una amiga, tiene vocación de postal, si esas percepciones de la suave predecibilidad de las democracias establecidas sigue siendo algo que envidia.

Sobre todo a la luz de otra frase coleccionable, aquella en la que reconoce que Lisbeth Salander, personaje de las novelas del sueco Stieg Larsson —autor de la trilogía de Millennium— es “la primera heroína del siglo XXI”, una heroína que nos recuerda que atrás de los relojes cucú la aparente tranquilidad de los suecos y suizos —y francamente de buena parte de Europa— tiene bases débiles con pulmones fascistas a flor de piel y una doble moral evidente que extrae rentas y exporta armas y pólvora, como lo hizo el propio señor Alfred Nobel a terceros países a cambio de reservarse el derecho de ver tranquilamente pasar las horas en sus relojes de pared, mientras organizan y administran los negocios más redituables como lo han hecho siempre, entre otros, la trata de esclavos, en su versión actual de comercio de mujeres y, claro, el proverbial “lavado” de dinero.

El sexto latinoamericano en la historia que gana un Nobel de Literatura —Gabriela Mistral, en 1945; Miguel Ángel Asturias, en 1967; Pablo Neruda, en 1971; Gabriel García Márquez, en 1982; Octavio Paz, en 1990; Mario Vargas Llosa en 2010— debe ser saludado con entusiasmo, pasmo y sobre todo con esperanza de que el reconocimiento sirva para que lo que siga escribiendo Vargas Llosa sea divulgado más allá de la comunidad del español donde mucho se ganaría de conocer las inteligentes provocaciones del peruano que soñó con reescribir la historia de su país.
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