México
El IMSS merece mejor suerte
Todo empezó como una simple tos, pero luego se convirtió en una molestia de garganta que me dificultaba hablar
Lograr una cita con el médico familiar implica de 22 días a un mes, por lo que pensé: ¿Y si el cliente viene grave? —así le llaman, en lugar de paciente—, pues entonces puede acudir a Urgencias. Ahí, luego de cinco a 10 minutos de estar parado frente a la ventanilla correspondiente y de toser a manera de llamar la atención, la encargada del turno vespertino me volteó a ver y siguió batallando con el papel pasante que ya de tanto uso no pasaba nada.
Ante la insistencia y en medio de niños llorando y adultos con algún padecimiento, la “responsable” dirigió la mirada a través de sus lentes y estiró la mano para recibir la tarjeta y proceder a llenar otro formato, para luego darme un turno y mandarme a… sentar, “para cuando le toque”, dijo. Una vez dentro del consultorio —cosa de 45 minutos o una hora— me atendieron con cortesía, hicieron la auscultación de rigor y me recetaron con la indicación de que la dosis que me entregarían sería mínima para empezar el tratamiento (dos días), pero el mismo requería de por lo menos siete días.
Además, me advirtió el doctor, “debe pasar a ver a su médico familiar para que le dé un pase con el otorrinolaringólogo, porque lo más seguro es que necesita que lo vea el especialista”.
—Pero si me dan cita hasta dentro de un mes —le objeté.
“Bueno, pues haga el intento, si llega antes de la hora al Consultorio 23 es posible que le atiendan sin cita”.
Así lo hice, la “asistente” empezó a recoger tarjetones, el galeno llegó luego de las 14 horas y empezó a atender a los que le dan de comer a él y su familia, hasta ahí todo iba viento en popa, pero a las 16:10 me llama la “asistente” y me informa que el doctor va a salir a comer, que si quiero puedo hacer lo mismo y regresar más tarde…
—Oiga, pero debo ir a trabajar.
“Bueno pues qué quiere que haga, la otra opción es el 24 de junio (20 días después)”.
En la oficina del director de consulta externa me informaron que de acuerdo a su contrato de trabajo, entran a las 14:00 horas y salen a comer a las 16:30.
—¡Pero si apenas van a ser las 16:30!...
“Ah bueno, entonces pase al módulo de quejas y levante su inconformidad”.
Apenas hice el gesto de dirigirme al módulo, cuando la “asistente” del director agregó: “También la compañera del módulo sale a comer (¡!)”.
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