México
Década extraviada
México es país milagroso, ya se sabe y hay pruebas de ello
El viernes éramos pocos y parió la abuela, o los gringos nos devolvieron algunos braceros, o nuestras mujercitas sufrieron menos jaquecas nocturnas, o los condones están saliendo defectuosos.
No sólo la década, también andaban extraviadas las almas en pena aparecidas, como el fantasma del convento, en las estadísticas con que el señor Eduardo Sojo, presidente del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), sazonó el primer café nuestro de cada día que ahora deberá alcanzar para cuatro millones de jarros más, empezando con la urgencia de fabricarlos.
México es país milagroso, ya se sabe y hay pruebas de ello. En un barco al garete se aparecen cuatro millones de grumetes y sigue navegando a toda vela. Estos cuatro millones no son, entiéndase, el número en que aumentaron nuestros compatriotas, sino el error en los cálculos que el Inegi publicó al principio. La estimación previa era de un aumento de ocho millones, y así, de 100 millones que éramos en el año 2000, pasaríamos a 108 millones en 2010, pero resultamos ser más de 112 millones. En 10 años somos 12 millones más. El señor Félix Valdez, secretario general del Consejo Nacional de Población, calificó de normales las diferencias entre proyecciones y resultados. No dijo cómo se va a hacer la repartición de la pobreza entre mayor número de pobres.
El índice de población es más sencillo de entender que el de la inflación. En el primero se cuenta cada persona y se suma. Se exceptúan algunos pueblos en que los narcos no permitieron que los molestaran los censores y éstos, precavidos, decidieron llegar a viejos. Pero no alteran el resultado. En cambio el índice de la inflación se cocina en una olla de brujas con todas las pócimas de la hechicería financiera. El salario alcanza cada vez menos, porque los precios escogidos para indiciar ocultan la friega a los pobres que en alimentos y transportes se gastan 80% de sus ingresos. Si somos más para repartir lo mismo, las consecuencias son claras: no alcanzaba lo que teníamos para los que éramos, ahora que somos más tocará a menos. Y cuando hablamos de reparto hablamos de lo repartible, es decir, lo que la escandalosa (y peligrosa) acumulación de riqueza cada vez en menos manos deja a 98% de los habitantes de este país.
El mismo viernes el encabezado principal de la sección “Cartera” de El Universal: “Se quedan sin empleo 66 mil más en octubre”, era como lluvia sobre mojado y agregaba que la tasa de desocupación de la población económicamente activa se situó en 5.7%. Y ese día la sección “Economía”, de La Jornada, afirma: “Con Calderón han salido de México 55 mil millones de dólares”; “Por cada dólar que entra como inversión extranjera salen dos, documenta la balanza de pagos… el monto equivale a poco más de la reserva internacional de divisas del país”.
El Inegi nos informó también que el campo mexicano se despobló y las ciudades crecieron de 29% de habitantes en 1910 a casi 80% hoy. Del total, 50% habita en cinco entidades: Guanajuato, Puebla, Jalisco, Veracruz, México y Distrito Federal, esta última con más de 20 millones.
México está en el lugar 11 de los países con más población en un mundo de siete mil millones de seres humanos. Tenemos más mujeres que hombres. Y por ahí va la cosa, derivando en lo anecdótico.
Lo real: esa mañana, al despertar después de un sueño inquieto, México se dio cuenta de que se le habían aparecido cuatro millones más de pobres, herederos de todas las hambres padecidas por quienes los engendraron y padecerán sus hijos y nietos multiplicados.
La población de la República Mexicana hace 100 años era de 15 millones; hoy es superior a 112. Por cada uno de aquellos, ahora hay ocho. No se distribuyeron justamente las riquezas ni las oportunidades. Y en esta década se extraviaron las esperanzas que cada cambio trae consigo.
Si las estadísticas van a servir de algo, deberíamos llegar a la transformación que, de acuerdo con los números, México exige en una angustiante carrera contra el tiempo. Los gobernantes que ignoren el aviso se harán cómplices del delito. Y habrán de responder más pronto que tarde ante una historia que no es la mandada a hacer a su medida y al estilo de la temporada.
Esta Historia, con mayúscula, es otra. La que vienen a estremecer con su presencia mal calculada, signo de los tiempos, los cuatro millones de problemas sin solución a la vista.
Sabemos qué hacer, pero no saben cómo. Estamos de acuerdo en la necesidad de cambiar, pero no saben cómo. O aprenden pronto por la buena o aprenderán como antes, por la mala.
Y nunca prometimos hacernos cargo de esa colegiatura.
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