México

De tragedias griegas, hispanas y más

Con la inminente quiebra de Grecia, la economía del mundo vuelve a correr un peligro real

Con la inminente quiebra de Grecia, la economía del mundo vuelve a correr un peligro real. Tanto, que esta semana varias bolsas de valores acusaron recibo del golpe con importantes retrocesos -en el caso de México superiores al tres por ciento- y renovados temores de que se desatan aires de proteccionismo como los fomentan las iniciativas racistas de Arizona.

La interconexión comercial, política y social entre naciones, la globalización, en una palabra, vuelve a sufrir los embates de un mundo que no acaba de salir de la crisis de principios del Siglo 21.

La caída del Muro de Berlín hace tres décadas, había permitido a la humanidad entrar en una época de esperanza, de optimismo respecto a la convivencia pacífica de las naciones, de bienestar basado en una apertura de fronteras, con la visión de que el libre flujo de bienes, de ideas y de personas, también ensancharía las oportunidades de todos. Lástima que la esperanza duró poco.

Con el desplome de otro muro, el de Wall Street en Nueva York, reaparecieron los añejos nacionalismos, se fisuró la voluntad de la construcción de uniones basadas en la confianza y el interés colectivo por encima de la identidad nacional.

La moneda común, el euro, esa significación plástica de la voluntad europea de hacer comunidad, está en un lodazal en el que desde el norte del continente se habla del sur en términos absolutamente despectivos, refiriéndose no sólo a Grecia sino a España, a Portugal y también a Irlanda, como “Los PIGS”, acrónimo doloroso que engloba a los países que no pudieron mantener su macroeconomía bajo control.

Los griegos mintieron, falsearon datos de su economía y engañaron al resto de la comunidad europea con la que se habían comprometido, mediante el Tratado de Maastricht, a mantener ciertas reservas internacionales y un determinado porcentaje anual de gasto público, entre otras cosas. No lo hicieron. Hoy la consecuencia de esta tragedia griega es que si no hay una inyección de dinero por parte de los miembros más ricos de la Unión Europea a los “PIGS”, la moneda común, el euro, seguirá depreciándose.

Un inversionista en París, otro en Bonn, están pagando ya las consecuencias de las malas administraciones de esos países del mediterráneo y por eso la indignación y la molestia ante la pérdida de valor propio van en aumento.

Es como si los habitantes de la ciudad de México, o del estado de Jalisco, estuvieran perdiendo miles de millones de pesos en sus inversiones porque los gobernantes de Nuevo León se excedieron frívolamente en sus gastos, y un buen día descubriéramos que el hermoso paseo de Santa Lucía se pagó con bonos de deuda pública que nos corresponde a todos los mexicanos, no sólo a los regios, pagar porque se emitieron sin tener garantizados los ingresos suficientes para amortizar la deuda pública de ese estado de la unión.

En esas dos circunstancias, la real y la hipotética, el camino de la devaluación: reconocer las pérdidas y bajar de valor la propia tesorería, no es posible porque, al igual que Grecia con el euro, Nuevo León con el peso no puede devaluar unilateralmente y  no podría afrontar el problema de una presunta mala administración de recursos de manera aislada. Si un miembro de una unión monetaria quiebra, los otros simplemente tienen que pagar los platos rotos.

Es por eso que el mal desempeño económico de Atenas y en general de los “PIGS” está amenazando a toda la esfera económica del euro.
En este lado del Atlántico la deconstrucción de la utopía europea con su moneda común, con su pasaporte único y, muy importante, con su apertura de fronteras al libre tránsito de cualquiera que sea europeo, fue para muchos un ejemplo del camino que sería deseable transitar en Norteamérica.

Hoy esa tragedia griega alimenta los argumentos aislacionistas. En Estados Unidos, si ya de por sí se veía con enorme desconfianza la idea de avanzar con Canadá y México en una integración económica que eventualmente pudiera fortalecerse con algún tipo de libre flujo, no sólo de bienes sino también de personas, ese escenario se ve descartado. Al contrario, nuevos muros se están construyendo como el de la frontera entre México y Estados Unidos.

La política racista de Arizona en contra de los mexicanos, o los que parecen mexicanos, es botón de muestra de que soplan vientos no de unión sino de desunión.

La tragedia griega lo es no sólo por cuanto el reto que plantea para el manejo de la moneda común en Europa y de las inversiones en la Bolsa en una economía tan interconectada a nivel internacional. No, el elemento más trágico de ese caso no es económico sino filosófico: la caída de Grecia refrenda el pensamiento de quienes quieren -como en Arizona- distanciarse del otro, mantenerlo dentro de las cercas de un chiquero al que quedarán confinados los “puercos” aquellos países del sur y sus nacionales que dicen los racistas, no deben de salir con pasaporte o sin él porque básicamente no se puede confiar en ellos.
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