México

De lecturas varias

Los bienpensantes deben estar furibundos, aquí como allá, pero fue un muy bienvenido oasis en una época en que los noticieros (y no sólo en México) se han transformado en nota roja permanente

Toda la prensa, toda la televisión y todos los medios no han parado desde el jueves de publicar cosas sobre la boda real en Londres, desde las fotos de los sombreros más estrafalarios hasta artículos de fondo. En Inglaterra por supuesto que ningún periódico, ni los izquierdistas, dejó de dedicarle al acontecimiento páginas y páginas. La transmisión de la BBC fue impecable y se dice que la vieron decenas de millones de televidentes en todo el mundo. Y dos días después sigue la mata dando: hay desde especializadísimas reseñas de moda hasta sesudas reflexiones políticas sobre el significado de la monarquía, desde detallados árboles genealógicos de la casa real hasta críticos de música que se ocupan del programa que se interpretó en la abadía de Westminster, desde entrevistas con la gente que se apiñaba en las calles y los parques de Londres hasta encendidos debates porque los dos anteriores primeros ministros, Blair y Brown, no fueron invitados a la boda. Y por supuesto se habla también de la extraordinaria colección de coches de caballo y de motor que fue posible admirar (el landó de 1902, la interminable fila de Rolls, el Aston-Martin con globos), de la decoración de la abadía con árboles de tamaño más que mediano, de la liturgia y los sermones (y por qué el arzobispo de Cantorbery no se recorta la barba). Y parece que no se agota el tema.

Los bienpensantes deben estar furibundos, aquí como allá, pero fue un muy bienvenido oasis en una época en que los noticieros (y no sólo en México) se han transformado en nota roja permanente. Se vio cómo se pueden hacer las cosas con pulcritud, buen gusto, disciplina y entusiasmo, y cómo la gente queda encantada con un espectáculo así. No deja de tener cierta función didáctica que las masas puedan ver algo que no responde a la estética de Hollywood, donde los protagonistas no exhiben la vulgaridad de los “famosos”, cómo se da a una ocasión festiva como es una boda la debida solemnidad, cómo es posible que la gente tome la calle de buen humor para gozar el espectáculo sin romper vidrios ni apalear policías. Si es pan y circo, pues es pan y circo de la mejor calidad.

Para los ingleses sin duda fue un reventón memorable y que en algo borra la desgraciada historia de la madre del príncipe y su desastroso matrimonio, un caso que no ha dejado de estar presente en las revistas del corazón desde hace años. La Reina debe haber suspirado con alivio de lo bien que salió todo y el buen papel que parece que hará la nueva princesa.

Saber celebrar y hacerlo con gracia y dignidad es reconfortante para quien lo hace y también para los espectadores. Por desgracia, suficiente tiempo habrá luego para volver a sumergirse en las atrocidades y desgracias de la cotidiana dieta periodística.
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