México

De lecturas varias

Buñuel resulta a fin de cuentas un personaje bastante amable y cuerdo

En 1982 se publicaron las memorias de Luis Buñuel tituladas Mi último suspiro. Es una autobiografía sui generis. Buñuel aparece como autor pero la redactó Jean-Claude Carrière, su colaborador y excelente escritor. Buñuel lo explica en un epígrafe diciendo  “yo no soy hombre de pluma”, lo cual es completamente falso; debe haberle dado una flojera espantosa escribir algo que no fuera un guión (y los guiones los despachaba con increíble rapidez). Otra peculiaridad: Carrière escribió en francés y hubo que traducirlo, lo cual multiplica la intermediación (la versión española de Ana María de la Fuente es regularcita).  Salió en francés a principios de ese año, y en México (Plaza y Janés) en diciembre. Leerlo treinta años después es un martirio: pertenece a esa malhadada generación de mamotretos pegados con una goma que ya se resecó; se van soltando las hojas y quedan hechos unos mazos de baraja.

Buñuel califica sin empacho sus películas; de alguna llega a decir que es francamente mala (Gran casino, La joven); en otros casos señala que podrían haber sido mejores (habría querido filmar El ángel exterminador en Europa, en una locación más auténticamente lujosa y con un elenco menos corrientón). Se acuerda con sorna de trabajar con actores contratados para otros fines y que tuvo que aceptar obligado por los productores (¡Lilia Prado en Cumbres borrascosas, rebautizada como Abismos de pasión...!) Pero nunca se queja ni del poco presupuesto (sólo en sus últimas cintas francesas tuvo dinero abundante) ni de lo rápido que tenía que trabajar.

Buñuel resulta a fin de cuentas un personaje bastante amable y cuerdo. Es un hombre socarrón más que de humor fino; un hijo de buena familia con formación intelectual, que acabó viviendo en México de pura casualidad (jamás le interesaron los países de Hispanoamérica); pero también un artista capaz de sacudir al espectador, que cuenta historias truculentas y raras simplemente porque le gusta y porque mal que bien se pudo dar el lujo de hacerlo. Despacha no sin cierto pudor los dengues pretendidamente libertarios del círculo surrealista, igual que la ciega obediencia a las consignas estalinistas de los que luego abrazaron ese credo. Le aterró y le asqueó la violencia estúpida y gratuita de los primeros meses de la guerra civil (después viviría en París, Estados Unidos y México).

Quizá la mejor “explicación” (algo que a Buñuel le repugnaba) de su forma de ser y de su imaginación la da su hermana Conchita. De niños, los siete hermanos escaparon y se metieron a un viejo cementerio: “Recuerdo a Luis tendido en la mesa de autopsias pidiendo que le sacaran las vísceras. Recuerdo también lo que tuvimos que batallar para ayudar a una de nuestras hermanas a sacar la cabeza de un boquete que el tiempo había abierto en una tumba...”
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