México
De lecturas varias
Buñuel resulta a fin de cuentas un personaje bastante amable y cuerdo
Buñuel califica sin empacho sus películas; de alguna llega a decir que es francamente mala (Gran casino, La joven); en otros casos señala que podrían haber sido mejores (habría querido filmar El ángel exterminador en Europa, en una locación más auténticamente lujosa y con un elenco menos corrientón). Se acuerda con sorna de trabajar con actores contratados para otros fines y que tuvo que aceptar obligado por los productores (¡Lilia Prado en Cumbres borrascosas, rebautizada como Abismos de pasión...!) Pero nunca se queja ni del poco presupuesto (sólo en sus últimas cintas francesas tuvo dinero abundante) ni de lo rápido que tenía que trabajar.
Buñuel resulta a fin de cuentas un personaje bastante amable y cuerdo. Es un hombre socarrón más que de humor fino; un hijo de buena familia con formación intelectual, que acabó viviendo en México de pura casualidad (jamás le interesaron los países de Hispanoamérica); pero también un artista capaz de sacudir al espectador, que cuenta historias truculentas y raras simplemente porque le gusta y porque mal que bien se pudo dar el lujo de hacerlo. Despacha no sin cierto pudor los dengues pretendidamente libertarios del círculo surrealista, igual que la ciega obediencia a las consignas estalinistas de los que luego abrazaron ese credo. Le aterró y le asqueó la violencia estúpida y gratuita de los primeros meses de la guerra civil (después viviría en París, Estados Unidos y México).
Quizá la mejor “explicación” (algo que a Buñuel le repugnaba) de su forma de ser y de su imaginación la da su hermana Conchita. De niños, los siete hermanos escaparon y se metieron a un viejo cementerio: “Recuerdo a Luis tendido en la mesa de autopsias pidiendo que le sacaran las vísceras. Recuerdo también lo que tuvimos que batallar para ayudar a una de nuestras hermanas a sacar la cabeza de un boquete que el tiempo había abierto en una tumba...”
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