México

De lecturas varias

La exposición Trazos y trazas de Guadalajara es ejemplo de una muestra bien concebida y estructurada, que cuenta una historia en forma inteligente y que deja en el espectador la inquietud de averiguar más sobre su ciudad

Todavía hasta el domingo 27 de marzo se puede ver en el Museo de la Ciudad (Independencia 684) la extraordinaria exposición Trazos y trazas de Guadalajara, una de las más importantes y mejor realizadas de cuantas se han visto en esas salas a lo largo de los años.

La capacidad de leer mapas y planos para saber ubicarse y de ponerlos en relación con el desarrollo histórico y social de una población debería ser un elemento importantísimo de la educación, desde la primaria. Los mapas, además de útiles abstracciones, son una mina de información en términos históricos y suelen ser estéticamente agradables; algunos son verdaderas obras de arte.

La exposición Trazos y trazas de Guadalajara es ejemplo de una muestra bien concebida y estructurada, que cuenta una historia en forma inteligente y que deja en el espectador la inquietud de averiguar más sobre su ciudad. El éxito que han tenido entre el público, chicos y grandes, las cuatro maquetas instaladas en el patio en las que se puede jugar a poner en su lugar edificios importantes y nombres de calles muestra que aprender también puede ser divertido. Pero además de la cartografía la muestra incluye fotografías, objetos y documentos que van ilustrando el desarrollo urbano al paso del tiempo.

El vestíbulo de la exposición, donde se proyecta sobre un relieve topográfico de estupenda factura la cuadrícula cambiante de Guadalajara desde sus orígenes hasta la actualidad es uno de los grandes aciertos: en un par de minutos puede apreciarse cómo el valle de Atemajac pasó de albergar durante siglos una ciudad racional y ordenada a verse ahogado por el sonadísimo desastre urbano de las últimas tres décadas del siglo XX, probablemente uno de los peores del mundo.

Trazos y trazas también demuestra la eficacia del Museo de la Ciudad para obtener la colaboración activa de una serie de instituciones indispensables para conjuntar los conocimientos necesarios acerca de la ciudad: el propio Ayuntamiento, la Arquidiócesis y la Universidad de Guadalajara; el INAH, el INEGI, el Archivo General de la Nación y el Archivo General de Indias. La nutrida serie de actividades alrededor de la muestra (conferencias, teatro guiñol y hasta un taller de cartografía) ha sido otro punto fuerte que hay que aplaudir; sólo cabría esperar que tantas contribuciones importantes se pudieran recuperar y perpetuar en un catálogo digno de ese esfuerzo.

Quizá también sería posible montar una versión breve e itinerante de la exposición para las escuelas de Guadalajara, con reproducciones de buena calidad (y materiales resistentes) de los elementos más importantes, que pudieran presentarse de esa manera a un gran público estudiantil.

Muchas felicidades a Patricia Urzúa, directora del Museo de la Ciudad, a Galia Bermúdez y al equipo que hizo posible la exposición, y también a la Dirección de Cultura del Ayuntamiento, que respaldó y dio difusión a este gran trabajo.
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