México
De lecturas varias
El 19 de enero de este año, día en que don José Luis Martínez habría cumplido 93 años, se abrió al público su fondo bibliográfico en la Biblioteca José Vasconcelos
Afortunadamente ese aluvión de papel impreso no cayó sin ton ni son en manos de la Biblioteca Vasconcelos: llegó acompañado de un breve pero espléndido librito que escribió Rodrigo Martínez Baracs, el hijo historiador de don José Luis, salido de las prensas del Conaculta en septiembre de 2010. Rodrigo escribe primero un ensayo de unas cuarenta páginas (el lector desearía que fueran más) sobre la formación de la biblioteca y, de paso, la vida de una familia dentro y alrededor de ella. Es un texto redactado con gracia y con pulcritud que le habría gustado mucho al dueño de los libros; su discretísimo tono elegiaco despertará la nostalgia de quienes hayan tenido el privilegio de conocer la casa de la calle de Rousseau, de la que se reproducen varias fotografías.
Pero La biblioteca de mi padre, fiel al espíritu de don José Luis, es también una guía general de contenidos y un manual de instrucciones de un “modelo para armar”: el acervo en su nueva morada.
Como escribió Gabriel Zaid, justo a propósito de la biblioteca de don José Luis (Letras Libres, agosto de 2007), “México ha sido irresponsable con sus bibliotecas. Las historias de horror que se cuentan (y que alguien debería recoger en un libro de reportajes y entrevistas) no se limitan a los destrozos de las luchas armadas y persecuciones religiosas de los siglos XIX y XX. Otra causa fundamental ha sido la pacífica ignorancia, que destruye tesoros silenciosamente”. A contrapelo de esa funesta tradición nacional y sentando un ejemplo para todas las instituciones del país, el escritor jalisciense se dedicó durante setenta años a alimentar con pasión fervorosa su monumento a las letras y al conocimiento.
El que la biblioteca de don José Luis haya sido adquirida por el Conaculta y esté ahora abierta al público es quizá feliz anuncio de una nueva época de responsabilidad institucional en que los libros de los bibliófilos mexicanos ya no acabarán en universidades tejanas o rodando dispersos por los baratillos. Es de esperar que los sucesivos custodios de este tesoro sigan fielmente las recomendaciones, sensatas y lógicas, de Rodrigo Martínez Baracs y mantengan vivo un legado indispensable del más acucioso, metódico y afectuoso lector de México en el siglo XX.
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