México

De lecturas varias

Lástima que aunque el trabajo tiene mérito y vale la pena leerlo, el libro sea tan malo en cuanto libro.

La sucursal en México de Tusquets hilvanó so pretexto de la efeméride una “subcolección” que llama Centenarios: a la fecha son una docena de libros más o menos relacionados ya sea con la independencia o con la revolución, y que en realidad se inscriben dentro de la larga colección Tiempo de Memoria, con más de un centenar de títulos.

El número diez de Centenarios es Elegía criolla, de Tomás Pérez Vejo, historiador español que trabaja en México y que aborda en un ensayo extenso el panorama del desgajamiento de la Monarquía católica que comenzó por 1808 y que sólo culminaría en sus antiguos territorios peninsulares y americanos después de décadas de guerras civiles y dificultosa construcción de “naciones” en el sentido que el término adquirió precisamente a lo largo del siglo XIX.

El mérito de este trabajo es que presenta de manera organizada una serie de reflexiones rigurosas sobre lo que en las versiones callejeras de las historias “patrias” de ambos lados del Atlántico ha sido desfigurado y caricaturizado por las historiografías oficiales. Es una reflexión teórica que difícilmente llegará siquiera a rasguñar la nebulosa idea de monitos en blanco y negro que en la cabeza de la aplastante mayoría toma el nombre de “historia”. Para los profesionales resulta una buena revisión sistemática de la historiografía del tema y, si bien no descubre el hilo negro, sí rompe con el tabú que durante largo tiempo, en rechazo a una historiografía de corte positivista, impidió a los estudiosos abordar los panoramas generales por miedo a caer en la épica patriotera, en los grandes frescos tan simplistas y falsos como los de Rivera o en las retahílas de nombres, fechas, batallas y tratados.

Lástima que aunque el trabajo tiene mérito y vale la pena leerlo, el libro sea tan malo en cuanto libro. Tusquets tiene la inveterada costumbre de faltarle al respeto al lector. En el Diccionario Tusquets existe la palabra “editorial” (seguro la acepción es “gran bisnes”), pero no la palabra “editor”. En ese negocio se cree que una vez que entregó el autor su texto, no hay más que enchufar el USB e imprimir (claro: para hacer un pastel se meten al horno un kilo de harina, medio de azúcar y ocho huevos con todo y cascarón ¿no?). Así les salen las cosas. Casi no hay página sin errata. Y eso no es culpa del escritor, que tiene derecho de no ser perfecto, sino de quien publica. Vaya: ni siquiera cuando el autor es un extranjero que escribe en español y por obvias razones merecería la mínima cortesía de una corrección de estilo para evitarle la vergüenza son capaces los señores de Tusquets de gastarse unos centavitos en el trabajo esencial de quien se pretende editor. Y así andan las cosas en la mayoría de esos grandes negocios, sin que el consumidor pueda acudir a nadie.
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