México
De lecturas varias
Nane au Maroc tiene una gran calidad literaria y visual. No recurre al vocabulario chato y paupérrimo con el que en tantas publicaciones infantiles se castiga a los niños
Nane au Maroc tiene una gran calidad literaria y visual. No recurre al vocabulario chato y paupérrimo con el que en tantas publicaciones infantiles se castiga a los niños (que porque “no entienden”: pues así nunca aprenderán nada). Los dibujos son encantadores e impecables en su factura (Morin fue alumno de Beaux-Arts), y en una misma página ilustran dos y con frecuencia tres pasajes del texto.
En nuestro medio los libros para niños no suelen tomarse muy en serio, salvo quizá los cómics (que no son necesariamente para público infantil). En Francia existe una gran tradición de varios siglos y no se desdeña incluirlos como parte de la producción literaria general.
Nane au Maroc se inscribe con pleno derecho en la prolongación en el periodo de entreguerras de la importantísima producción “orientalista” de la segunda parte del siglo XIX y primera del XX, con nombres tan ilustres como Pierre Loti, Henry de Montherlant, Jules Romains, Paul Claudel, Pierre Benoit, Colette, Paul Morand, Michel Déon...
Nane au Maroc, como cualquier buen libro, ofrece la posibilidad de distintos niveles de lectura. No sólo se trata de contar las pequeñas aventuras domésticas de una niña y una familia francesa en un marco exótico: también habla de la historia, de las costumbres, de los paisajes de un país donde Francia considera que cumple una misión civilizadora, donde no se oculta a los niños que los sirvientes de la casa en que viven fueron salvados de la esclavitud y donde aparece como personaje del cuento el mismísimo mariscal Lyautey, el mejor y más acabado ejemplo del funcionario colonial francés, ilustrado y liberal. Lyautey, amigo de Lichtenberg, escribe un amable prólogo a Nane au Maroc, fechado en 1926, cuando ya el viejo militar vivía retirado en Francia; todavía en 1931 se haría cargo de organizar la Exposición Colonial.
Un libro tan espléndido no es resultado de la casualidad: el alsaciano Lichtenberger era un sociólogo de fuste, reconocido por sus estudios sobre el socialismo en el siglo XVIII y en la Revolución francesa, citado por Durkheim. Pero ahora se le recuerda más como el autor de encantadores e inteligentes libros para niños. En París, una plaza del XIV arrondissement lleva su nombre.
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