México
De lecturas varias
Primero se fue, a los 87 años, el Nobel portugués José Saramago; luego, más cerca de casa, Carlos Monsiváis
Entre Mundial de futbol y cortes de luz, la temporada nos trajo esta semana dos bajas de gran calibre en el panorama literario. Primero se fue, a los 87 años, el Nobel portugués José Saramago; luego, más cerca de casa, Carlos Monsiváis: una pérdida tanto más lamentable cuanto que apenas rebasaba los setenta años.
Para los lectores nacidos en los cincuentas y sesentas la cultura mexicana es impensable sin Monsiváis, una presencia importantísima, multifacética y sorprendentemente, literalmente ubicua (como siempre subraya el amigo Carlos Enrigue). No hubo periódico o revista donde no publicara, ni festival donde no estuviera invitado, ni prólogo que no escribiera u homenaje que no se le rindiera.
Lo sorprendente es que, pese a todo, haya tenido tiempo para leer tanto y saber tantísimas cosas. Las colecciones que donó para la fundación del curioso museo del Estanquillo en México son la muestra tangible de esa vocación múltiple y voraz.
Como tenía muchas facetas y le interesaba prácticamente todo, ahora cuantos que escriben destacarán lo que más les gustaba de Monsiváis. Sin duda se recordará cómo influyó en la apreciación del cine mexicano, el bueno y el malo, y en la reivindicación de la cultura popular en general, desde la lucha libre hasta la familia Burrón. Su trabajo periodístico también fue memorable, y en particular su columna “Por mi madre, bohemios”, que deambuló por distintas publicaciones burlándose saludablemente de la solemnidad y la estupidez de generaciones de políticos.
Enardecido polemista, tenía la pluma filosa (algunas veces se ganó contundentes repetunes, como el que le puso Paz al calificarlo de “hombre de ocurrencias, no de ideas”) y no siempre mantuvo la cordura en materia de opiniones políticas: no le quedó más que hacerse discretamente a un ladito tras apoyar a líderes mesiánicos pretendidamente “de izquierdas”, como había tenido que rendirse a la evidencia de que Cuba no era exactamente ningún paraíso, ni para la gente de a pie, ni para los escritores o los homosexuales.
Ojalá haya quien, en el alud de homenajes que muy justamente se le habrán de rendir, se acuerde de la que era, en el fondo, la verdadera vocación y el cariño más profundo de Monsiváis: la literatura. De tanto prodigarse en pitos y flautas, Carlos Monsiváis fue quizás un amante un tanto infiel de ése su primer amor. Pero esto no quita que haya dejado páginas luminosas y que deben ser rescatadas sobre una multitud de figuras de la literatura: Novo, Nervo, Pellicer, los poetas y cronistas de los siglos XIX y XX.
Un recuerdo lejano trae a la mente el estupendo texto sobre Agustín Yáñez (que quizá ni siquiera esté publicado) leído por él en el Museo del Estado en 1981, cuando a sugerencia de José Luis Martínez se le invitó a un homenaje a Yáñez.
Monsiváis tenía una reserva de humanidad que le hacía sentirse cercano a muchos temas y muchos artistas que a primera vista podría creerse que le eran tan ajenos como nuestro adusto novelista jalisciense.Qué extraño será este país sin Carlos Monsiváis.
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