México
Cruda trágica
Lo ocurrido en Oaxaca es la cresta de una ola de desgracias ocasionadas por las lluvias que a nadie sorprenderían en esta época del año en México
Lo ocurrido en Oaxaca es la cresta de una ola de desgracias ocasionadas por las lluvias que a nadie sorprenderían en esta época del año en México, si no fuera porque superan en el recuerdo cualquier acontecimiento similar. Ahora resalta el contraste entre el exagerado dispendio de las fiestas patrias y la escasez de recursos para aliviar a los habitantes de medio país en ruinas.
Yo se lo dije: cancele, don Felipe, título del Bucareli de julio 19, cuando reporteros incómodos empezaron a descubrir los números del gran capitán envueltos en el confeti de la kermés. “Es hora de detener el gasto ofensivo… deben cancelarse hoy las fiestas especiales… debemos ajustarnos a la austeridad republicana, a la medianía cívica de la que habló Juárez… celebremos como un pueblo maduro, no como aquelarre de nuevos ricos o negociantes irresponsables… se me ocurre que la manera más inesperada y satisfactoria de rendir homenaje a los héroes y a la patria que nos dieron, será…cortar todo gasto innecesario…ajustarse al Grito, a la verbena, las músicas y bailes. Sin excesos. Sin imprudencias. No está la novia para tafetanes”.
“Estamos en medio de una de las tragedias colectivas más dolorosas de los últimos tiempos. Las inundaciones han causado muertes y pérdidas materiales en la mitad de la República…Los meteorólogos pronostican próximas tormentas. Debe preverse que la catástrofe… crezca hacia una emergencia mayor… debería evitarse todo festejo superfluo y todo gasto inútil… Deben cancelarse las fiestas especiales”. Se lo dije.
También le dije al señor Calderón: “Los actos de buen gobierno no siempre son de hacer. A veces valen más los que se dejan de hacer a tiempo. Cancele”. Me dejaron hablando solo, chiflando en la loma, haciéndole al loco. Se cumplieron los augurios: “Las lluvias apenas empiezan…”, les dije, recordando que septiembre suele ser el mes más lluvioso del año. Lo ha sido con creces. Aumentó el número de muertos, el de damnificados se mide por millones, la pérdida sufrida por el país es incalculable y para pueblos enteros de familias pobres representa pasar de la miseria a la nada.
Si al te lo dije se le agrega el hubiera es como ponerle silla al albardón. Si el dinero envuelto en nubes misteriosas se hubiera destinado, en un acto de autoridad el día del Grito, a la ayuda de los inundados, cancelando lo superfluo, repicando la campana en el hermoso y desolado Tlacotalpan evacuado por todos sus vecinos, si el Presidente se hubiera instalado una noche en medio del desastre, aunque sólo fuera una, alentando con su presencia el ánimo de los desventurados, ordenando en el sitio el rescate de lo salvable, calentándose junto a un anafre, comiendo las tortillas del comal colectivo, su conducta habría sido más eficaz, aunque se alegue que el mando se ejerce mejor en un lugar dotado de todas las comunicaciones, rodeado de asesores y ayudantes con quienes se coordinen los esfuerzos de socorro. Algo así dijo alguien hace un cuarto de siglo, el día del terremoto. La historia no perdona. Nada sustituye al estar ahí.
Alegaba en esa columna desgraciadamente profética: “No debemos olvidar que las aguas cubren tierras castigadas por guerras contra el crimen organizado y narcotraficantes cada vez más violentos y todas las plagas ancestrales que empiezan con la extrema miseria de 40 millones de mexicanos”.
Terminaba: “Los funcionarios encargados de rescatar a las víctimas de las inundaciones se han quejado de falta de recursos. No celebre jolgorios escandalosos en medio de la desolación. Dedique ese dinero asignado al despilfarro a favor de quienes lo necesiten. Cancele”.
Sería estúpido pensar que la cancelación habría evitado la catástrofe que sufre media República. No. Pero habría sido una muestra oportuna de sensibilidad humana y política. Además, se dispondría de los miles de millones de pesos del pachangón para obras de protección previa y ayuda posterior a los damnificados.
Al rescate inmediato de quienes perdieron hasta el último jarro se agregará, una vez que bajen las aguas, la reconstrucción material y social de innumerables pueblos arrasados. La secuela de una inundación es siempre peor que la causa: sacar el lodo de las casas en pie, recobrar las tierras de labranza, financiar a los comerciantes arruinados, reparar escuelas y hospitales, reconstruir presas y bordos, comunicar localidades aisladas. Todo está por hacerse de nuevo.
Nunca he lamentado tanto como hoy decir se los dije.
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