México
Corrupción socializada
En la percepción general, corrupción no es brincarse las leyes, sino pagar por fuera el costo de esa falta en caso de ser sorprendido
Que mercancía de contrabando pueda llegar a las calles de Obregón o Medrano, o a los mercados y plazas comerciales, atravesando medio territorio nacional sin que nadie se dé cuenta supone una maquinaria de corrupción bastante aceitada; que las autoridades solamente la confisquen cuando los comerciantes ya la pagaron, es una corrupción mayor, peor aún si esos mismos comerciantes habían previamente abonado a tales o cuales autoridades “permisos” para comerciar dichas mercancías.
Pemex sabe con asombrosa exactitud el monto de sus pérdidas por el robo de combustible. Con igual exactitud sabe medio mundo dónde se puede comprar gasolina robada, por ejemplo a las orillas de tantos y tantos pueblos del Estado de México donde la señal del “Pemex casero” son lumbreras en botes de lámina donde no es raro ver vehículos oficiales adquiriendo el producto.
Que los “tianguis” puedan ser otra forma de comercio informal donde cada vendedor solamente paga derecho de piso una o tres veces, es casi irrelevante, pero que no haya control alguno sobre la procedencia de lo que ahí se vende es otro asunto, pues con frecuencia esos lugares son desfogues a todo cuanto en este país se roba lo mismo a un transeúnte, que a una casa habitación, o a trocas y camiones de carga de frontera a frontera.
Pudiera ser parte del juego de la corrupción la incapacidad aparente de las autoridades para acabar con el comercio ilegal en conocidas zonas de todo México, cuyo epicentro mediático suele ser el barrio de Tepito, en la capital federal, y que tiene sus réplicas en todos los estados, pero es también un hecho que esta situación se mantiene porque la sociedad sigue comprando a sabiendas, y eso es un fenómeno de corrupción socializada, razonada, justificada y solapada mal que bien por todos, incluso con el argumento de evitar estallidos sociales.
Robar y dejarse robar, comprar lo robado y venderlo adelante, sobornar y dejarse sobornar, corromper por dinero o por promesas, traficar influencias, subastar promociones y ascensos, hacer del estado de excepción un estado tan habitual y cotidiano como lo debería ser el estado de derecho.
Quisiéramos pensar que esta realidad es sólo una etapa en el camino hacia la madurez del país, o un momento de crisis en su desarrollo, pero también puede ser señal de un desplome evidente.
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