México

Como veo Godoy

¿Dónde está Julio César? Nadie sabe. Quizá lo hallen ahí donde ha quedado el prestigio del Partido de la Revolución Democrática (PRD)

Julio César es un desaforado. De la clandestinidad vino. A la clandestinidad volvió. ¿Pasará las fiestas con “La Familia”?
El diputado “relámpago” caducó a los 82 días. No aguantó más. Testigos protegidos y otros que no lo son lo acusan de realizar operaciones con recursos de procedencia ilícita, evasión fiscal y vínculos con el crimen organizado. Delitos graves. La Procuraduría General de la República (PGR) aguarda que el juez gire otra orden de aprehensión. ¿Ya le tienen celda en el penal de El Rincón?

El Julio César michoacano no podrá decir como el romano: “Vini, vidi, vinci”. Hará una paráfrasis dolorosa y dirá: “Vini, vidi y me rompieron el hocico”. Eso sí.

Pero como no sabemos dónde está, debemos suponer cierta aquella frase del estratega romano cuando dijo en la ribera del Rubicón: “Alea jacta est”, o sea, la suerte ya fue echada, y a ver de a cómo nos toca. Por cierto, al conquistador de las Galias, su hijo putativo, Bruto, le metió una daga por la espalda. A este pobre ahijado de “La Tuta”, su medio hermano le hundió la faca. Lo condenó antes que la justicia. “Mi hermano es un ilegal, mi hermano mintió, mi hermano está fuera de la ley”.

Olvidó el principio universal de la presunción de inocencia. Leonel abusó, y eso que es maestro en Derecho. Mejor hubiera dicho “Condénate tú para que me salve yo”.

¿Dónde está Julio César? Nadie sabe. Quizá lo hallen ahí donde ha quedado el prestigio del Partido de la Revolución Democrática (PRD), o allá donde van a ir a dar los restos políticos de Acosta Naranjo, Encinas, Mari Thelma Guajardo y Narro Céspedes, los contrabandistas vergonzantes por cuya habilidosa operación El “JC” logró consagrarse como protagonista de uno de los sainetes más bochornosos de la izquierda.

¿Y todo para qué? Para darle al “Michoacanazo” un sentido del cual carecía. La embestida del Gobierno logró la veloz instalación de una sección instructora que hizo lo necesario para despojar al efímero legislador del fuero que lo protegía contra cualquier proceso judicial. De ahí al fondo del pozo, o a la fuga, o al escondite.

Si Godoy Toscano es culpable de algo, es de haber colocado a su partido en el ridículo. El único congruente ha sido el lépero de Fernández Noroña: “No puede ser que primero lo protejamos, lo metamos de contrabando y luego digamos ‘júzguenlo’”.
Guste o no, Julio César es inocente hasta en tanto no se le pruebe la culpabilidad. Aunque su desaparición aporte las evidencias de ella.

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