México

Cárcel o muerte, destino de jóvenes en Tepito

La vulnerabilidad y los factores sociales influyen en que la juventud sea presa fácil de caer en las redes criminales

CIUDAD DE MÉXICO (08/AGO/2011).- Para nadie es un secreto. Aquí, en el corazón del Distrito Federal, cada día miles de personas abarrotan las calles del popular barrio de Tepito en la búsqueda de algún televisor, películas de cartelera, teléfonos celulares, medicamentos o ropa de marca que se ofertan en las calles y avenidas al mejor postor.

A simple vista, la vida del barrio parece ser la de cualquier otro tianguis. Pero entre el calor de los visitantes y el aroma de los antojitos está el otro Tepito. Cámaras de seguridad, jóvenes con radios de comunicación y menores parados en las entradas de vecindades son la señal del otro negocio, del otro barrio que vive del narcotráfico.

“Este lugar te lo describo como un ambiente muy pesado, mucho robo, mucha violencia, muchas drogas. Aquí, los caminos, ninguno. Los únicos caminos que puedes encontrar son la muerte o la cárcel. Empecé desde los 13 años. Mi primera droga fueron las pastillas, los roche, todo eso. De ahí comencé con el inhalante. De ahí, sicotrópicos, tachas, aceites, hongos. He probado de todo, menos inyectarme”, narra Laura, una joven que ha visto pasar su vida en las calles de Tepito.

Entrevistada en una de las vecindades del popular barrio, la joven de mediana estatura y cabello largo —de 23 años—, asegura que vivir en Tepito es un don, si lo sabes aprovechar. Empleo, amabilidad, oportunidades y progreso son los distintivos que marcan a su gente, a quienes deciden llevársela por “el camino del bien”.

“A lo mejor hay oportunidades si sigues el camino del bien. Es tanto de uno mismo como del ambiente. Del ambiente que te rodea, de las personas con las que convives, el lugar donde vives”.

La Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) dice que la vulnerabilidad y los factores sociales en los que se desarrollan algunos jóvenes son fundamentales para que los grupos del crimen vean en ellos una forma de incrementar sus actividades ilícitas.

“Esencialmente es la condición de vulnerabilidad e impunidad. Hemos diferenciado que no hay reclutamiento con el fin de formar nuevos líderes, sino de utilizarlos en actividades menores como la distribución. Cuando los ven desprotegidos de su familia, su comunidad, de las instituciones, son a los que buscan, a los que les colocan el ojo. Primero por las buenas, si no, por las malas”, explicó Juan Martín Pérez, director ejecutivo de Redim.

Pérez García comentó que en algunos estados se tienen documentados casos de menores que aspiran a formar parte del crimen organizado, pues conocen a alguna persona que pertenece a esos grupos: “Desde la parte económica, hay una frase en Sinaloa que es muy ilustrativa: ‘Más valen cinco años como rey, que toda una vida como buey’”.

Aquellos chicos que estaban vinculados a esa lógica de aspiraciones era porque ya tenían a algún pariente o a alguien cercano. “Hay otro tipo de chicos en Monterrey y en la Zona Centro que son acosados para que se conviertan en informantes y después en distribuidores de droga”.

De acuerdo con Juan Martín Pérez, la participación de menores en actividades del narcotráfico ha originado que sean criminalizados por las autoridades y que tengan una vida de aislamiento como medida de protección adoptada por sus padres.

Se está generando una idea de seguridad al encerrarlos, que se impida que niños y niñas puedan participar en la vida social. De hecho, “el Instituto Ciudadano de Estudios en Inseguridad documentó en su encuesta que 70% de las personas adultas en Juárez, Monterrey y el Distrito Federal no deja salir a sus hijos, y esto en lugar de protegerlos los aísla”.

De la mentira al robo


Sentada en un extremo de la escalera de una de las vecindades que suele frecuentar, Laura recuerda que a sus 13 años llevaba una vida muy distinta a la que sus padres pensaban. Engaños, mentiras y robos a comercios eran parte de su rutina.

“Pues, primero, a mentirle a mi familia, a que te pierdan la confianza. Dos, a delinquir en la calle, a tener problemas en la calle con la gente. Llegué a robar con tal de tener dinero en la bolsa, para que nada más llegara la noche y salir de antro, comprar mi droga hasta no poder más y gastar en lo que yo quisiera y que nadie me limitara. Libertad la tuve, pero siempre con mentira. Nunca decía la verdad; decía que iba con mis compañeros de escuela, cuando no es cierto, cuando en lugar de ir a la escuela me iba a dos o tres calles a robar una tienda para tener dinero y no pedirle nada a la familia”.

De la mentira al robo, la vida de Laura tomó un matiz diferente cuando su círculo de amistades fue dándole la oportunidad de conocer a nuevos personajes del barrio que poco a poco le abrieron las puertas a la industria del narco.

“Llegué un día del antro y me dicen: ‘¿Sabes qué?, tenemos un negocio para ti. Queremos que nos trabajes. Nosotros, de cada bolsa de mariguana de 50 pesos, te vamos a dar 30 pesos, nada más queremos que nos pagues 20 pesos’. Entonces yo me ganaba 30 pesos nada más por venderla, pero no era un kilo o dos kilos, eran 15 ó 20 kilos. Llegué a tener hasta 60 mil pesos en mi mano cada dos o tres días”.

Comenzar a vender droga cuando aún cursaba la secundaria, cambió su vida. Para ella era común asistir a reuniones en restaurantes, bares, cantinas, fiestas, tener acceso a centros nocturnos del Centro Histórico donde convivía con adictos, distribuidores y traficantes que, poco a poco, le dieron presencia en un círculo difícil de entrar y le facilitaron tener su propio negocio.

“Llegué a vender coca. Empecé a comprar, pero a la persona a la que le comencé a comprar piedra era una persona con la que yo salía, entonces la cocaína que se comercializaba en 250 o 260 pesos, yo la compraba en 150 o 160 pesos, entonces yo hacía los papeles. Empecé con 40 papeles. Pasando la semana ya tenía 350 papeles, casi 500 papeles para vender en la noche”.

Elena Azaola, académica del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), asegura que aunque los factores sociales y económicos son fundamentales para que los jóvenes sean enganchados a participar en actividades ilícitas, también está la falta de oportunidades verdaderas de desarrollo.

FRASE

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Estos chicos que fueron orillados a trabajar para los grupos criminales, en lugar de protegerlos, las autoridades tienden a criminalizarlos ''

Juan Martín Pérez,
director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México.

Ficha técnica
Los datos

En Ciudad Juárez, Monterrey y el Distrito Federal, 70% de los adultos no deja salir a sus hijos, situación que los aísla en lugar de protegerlos.

El dinero fácil es el mayor atractivo que integra a los jóvenes en el mundo de la delincuencia organizada, al facilitarles mercancía con un alto margen de ganancia.

Hasta 60 mil pesos en un lapso de dos a tres días tenía disponible Laura, quien tras una década se dio cuenta que lo que vivió fue una falsedad.
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