México

Cables de alta tensión

Existen tres tipos de personas: las que buscan trabajo y no lo encuentran; las que sí lo tienen pero se pelean como chuchos para mantenerlo, y los que son diputados

Hace ya varios años… muchos pues, un querido doctor me decía cada que iba a su consulta, que algunos médicos, después de salir de la escuela, entre su especialización y los primeros pasos para darse a conocer, agarraban de todo, “hasta cables de alta tensión (CAT)” (en referencia a cualquier hecho o experiencia que les pudiera ayudar a crecer rápido en su profesión). “Tú deberías hacer lo mismo” —me insistía— “chambea mucho, no seas exigente porque vas empezando y verás que tendrás resultados”.

Ese consejo me lo dio después de la crisis financiera de 2004, en un panorama no tan distinto al que vive la mayoría de la gente en la actualidad, y luego recordé una clasificación laboral que hacía otro conocido mío: “Existen tres tipos de personas: las que buscan trabajo y no lo encuentran; las que sí lo tienen pero se pelean como chuchos para mantenerlo, y los que son diputados”.

Yo le agregaría un cuarto tipo, aquellos que como me lo dijeron, sobreviven “agarrando cables de alta tensión”. Y no hay que ir tan lejos.

Si usted circula por el Periférico, sobre todo por las mañanas, observe en ciertos cruces como el de la avenida López Mateos, la presencia de hombres adultos con una pala en la mano o una bolsa de plástico llena de herramientas.

Si no los ha visto es porque o va muy concentrado en su manejo o porque no anda en busca de alguien que le saque una chamba de albañilería, electricidad o fontanería. Hasta ahí llegan estos buscadores de trabajo, sortean su vida entre camiones y carros que no respetan el tan mencionado límite de velocidad de la arteria, para cruzar el tramo que les permitirá ubicarse justo arriba del puente. Se medio sientan en las delgadas protecciones de lámina a esperar.

Una hora, dos horas, a veces más y si no llega nadie, de regreso. Así fue como encontré a don Felipe, un señor de 60 años que caminaba resignado por la orilla del “peri” cuando ya casi eran las 12 del día. No hay más en qué trabajar.

Está a las “caiditas”, como dice él. Difícilmente lo contratan por la edad, y la artritis que lo aqueja le impide ir a una obra para intentar trabajar como albañil.

Vive en Santa Fe, en Tlajomulco, tiene cinco hijos y casi todos los días hace el mismo ritual que lo lleva hasta ese cruce.

Los lunes es el mejor día, porque el fin de semana “a alguien se le atora algo y le urge arreglarlo a primera hora y antes de las 12 del día, después la gente ya no se acerca”.

Si bien le va, don Felipe tendrá una chamba por día, dependiendo a dónde lo lleven, de ahí y si aún es tiempo, se regresa al lugar inicial y si no a su casa, “a veces con 100 pesos como ganancia, hay días buenos y puedo conseguir 200, pero luego vienen dos días sin trabajo y así… hasta que cae algo”.

Punto final: ¿Cuántos cables de alta tensión tenemos que seguir agarrando?
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