México
Ayer, la revolución
Como toda guerra civil, la Revolución Mexicana fue un amasijo de ideales e intereses
Como toda guerra civil, la Revolución Mexicana fue un amasijo de ideales e intereses, de gente honesta y turbas anárquicas, de líderes oportunistas que aprovecharon el vacío de poder y la enorme marginación social para lucrar en provecho propio, usando el hambre y la miseria de miles para lanzarlos contra los obstáculos que hallaban en su personal carrera; no obstante, las banderas ideológicas y sociales conservaban el predominio aun si quienes las blandían creían poco en su significado.
Hoy vivimos una nueva revolución que también ha comenzado en el Norte, hallando pronto eco en el resto del país; como corresponde a la nueva cultura emergente, las banderas que ahora se blanden son las de los intereses personales, aun si se puede presumir que en el trasfondo pudiesen todavía sobrevivir tales o cuales ideales. Por su parte, la plataforma social se ha reeditado, pero en mayor proporción: 50 millones de pobres y una clase media casi equivalente, unos y otros con pocas expectativas reales de progreso, de superación, y sí en cambio un constante bombardeo mediático sobre todo el mundo de cosas que podrían tener si tuviesen el nivel económico adecuado, mismo que poseen sólo algunos mexicanos que gustan además de exhibirlo, como aquellas damas de amplios sombreros y caballeros de bombín del porfiriato, posando o bajando de sus elegantes carruajes, como hacen hoy los diputados que estacionan sus lujosos vehículos por la calle de Belén.
La guerra que vive México, a 100 años de la revolución, es una guerra de guerrillas, la más difícil de vencer, una guerra donde las luchas sociales del Sur se han aliado con las luchas delincuenciales del Norte, como hicieron en Colombia guerrilleros y narcotraficantes, como hicieron en México bandoleros y revolucionarios con Madero, por Madero y sin Madero. Una guerra que la delincuencia desorganizada aprovecha para sacar también partido creando una sensación social de inseguridad y anarquía cotidiana. Oportunidad que estarán igualmente aprovechando los partidos políticos y sus infinitos actores en aras no de resolver los grandes problemas del país, sino los suyos personales, todo bajo la mirada, si no es que la acción, de otros países tan oportunistas y maquiavélicos como tantos de los políticos que este país ha producido y sufrido en 100 y 200 años de su historia.
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