México
Apatzingán: la mutua desconfianza
La línea que divide a los buenos y a los malos no deja a las autoridades de un lado y a los narcotraficantes del otro
Platiqué más detenidamente con un reportero que, por obvias razones, mantengo en el anonimato. Me explicó: “La Policía Federal duda de nosotros. Ellos ven en cada habitante de esta zona a un miembro o simpatizante de ‘La Familia Michoacana’, y eso se agudizó luego de que les mataran a 10 en junio de este año”.
Mi interlocutor acepta que muchos en la ciudad y en el municipio han tenido que ver, sabiéndolo o no, con los narcos, por asuntos de negocio, por la familia o en eventos sociales. La línea que divide a los buenos y a los malos no deja a las autoridades de un lado y a los narcotraficantes del otro; entre los buenos están los militares, pero también los narcos que los “protegen” de la pequeña delincuencia. Aquí se discute cada caso. El alcalde Genaro Guízar no escapó a la sospecha, fue de los que, como parte del michoacanazo, estuvieron presos en una cárcel de máxima seguridad y liberados por falta de pruebas.
La Policía Federal desconfía de toda la población y la población les corresponde igual. El viernes, cuando los ánimos no acababan de serenarse, mis interlocutores insistían: “los violentos son ellos, ellos mataron a la hija del ex alcalde, ellos mataron al niño de ocho meses”.
El tiempo y las pesquisas de la Policía, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y de los periodistas terminarán, estoy segura, por darnos lo que todavía hoy no tenemos, una idea clara de qué diablos pasó la noche del miércoles 8 de diciembre en Apatzingán y sus alrededores. ¿El Gobierno quiso hacer una importante detención y no calculó bien la reacción de ese grupo criminal? ¿Fue un encontronazo casual con el líder de “La Familia”?
Ayer, en una marcha por la paz convocada por el alcalde, unos cuantos levantaron pancartas a favor de “La Familia Michoacana”. El alcalde se deslindó, pero el daño está hecho.
Esas pancartas serán interpretadas dentro del Gobierno, o al menos en la Policía Federal, como la confirmación de que en esa ciudad todos son de “La Familia”. Lo más probable es que haya sido gente de esa organización o pagada por ellos. Ojalá, porque de lo contrario estaríamos frente a una narcoinsurgencia, ésa que con tanta vehemencia desmiente el Gobierno.
En Apatzingán reina un ánimo brumoso: desconfían de la Policía Federal, respetan al Ejército y temen las consecuencias de la muerte de Nazario, como le llaman. En medio de la confusión, es la legitimidad del Estado la que se tambalea.
¿Qué es una casa allanada si muere el principal líder de un grupo delictivo?, me reclamarán los más belicistas.
Una familia mexicana más que desconfía del Estado.
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