México
¡Ahh, los infantes!
¿Los papás? Los papás inmutables, sin llamarles ni por equivocación la atención, a sabiendas, que sí, de la molestia que causaban a los comensales
¿Los papás? Los papás inmutables, sin llamarles ni por equivocación la atención, a sabiendas, que sí, de la molestia que causaban a los comensales. Los meseros se miraban entre sí y con los que ahí padecíamos, haciendo con la cara una expresión como diciendo: “¿Qué hacemos…?”—. Hasta que de otra mesa ocupada por dos matrimonios maduros, se escuchó una voz masculina que decía: —“¡La culpa la tiene la Gordillo..!”—, a lo que ripostó una de las señoras sentenciando que no, que la culpa la tenían el par de impresentables progenitores que para nada se daban por aludidos…
Siempre he admirado a los padres y maestros —como todos los que recibimos una educación a la antigua, primero en la casa y después en la escuela— que tuvieron la VOCACIÓN bien armada de PACIENCIA, PRUDENCIA y TOLERANCIA de educar a chavales como anteriormente se estilaba, con algunas palmadas glúteas que propinadas en oportunidad y tiempo corregían muchos errores, pero que al paso de los años y en las posteriores etapas de la vida sirvieron, convirtiéndolos en gente de bien y siempre bien aceptada.
Ahora no; la “educación moderna” recomienda —mejor sea dicho ¡exige!— que a faltas vistas no se llame la atención, y cuantimenos se les reprima, y muchísimo menos todavía más, se les regañe o ¡líbreme Dios! se les ponga una mano encima.
Sin intención de discusión, siempre he creído que sí hay clases sociales, pero no por la posición económica que cualquier patán puede tener, sino por la educación que en casa se mamó refinándose en el colegio.
Y… PENSÁNDOLO BIEN.
Y… PENSÁNDOLO BIEN, recuerdo ahora a un amigo salmantino de nacimiento y madrileño de arraigo ya ido, Manolo Sánchez, que siempre que veía a un infante que lo hartaba, lo que resultaba frecuente, le decía: —A ver niño, a ver cuándo leemos en el periódico eso tan bonito de que has subido al cielo—; y más cuando una dama de sociedad durante una cena en una terraza sevillana lo cuestionó: —Y a usted Manolo, ¿le gustan los niños..?—, a lo que el simpático cachondo mental que era el personaje a quien acompañaba su novia, le respondió: “Yo como de todo, señora…”.
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