México
Adiós Carlos...
‘‘Se nos fue el último grande de las letras nacionales’’, lamenta un grande de las letras nacionales: el poeta José Emilio Pacheco
José Emilio Pacheco. También murió el primer analista capaz de desmenuzar las claves de la violencia del Estado mexicano.
Carlos Montemayor es la referencia literaria en materia de guerrilla mexicana. Notable escritor, hizo poesía (¿Por qué parece más inmenso el cielo, si no hay Luna?) y paseó por el cuento, la novela y el ensayo. Dominó cuatro idiomas, además del latín y el griego arcaico. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas. Cantó ópera, tradujo Carmina Burana, comió gozoso y viajó a lo grande.
Pero sobre todo, será recordado por su militancia activa en el pensamiento crítico; por cuestionar en público, lo secreto.
Se abrió campo en el análisis de los movimientos guerrilleros, con Guerra en el Paraíso (1991), su libro más importante; novela histórica del movimiento encabezado por Lucio Cabañas; documento sustantivo para comprender la rebeldía política armada.
Escribió Las armas del Alba (2003), una reconstrucción de lo ocurrido el 23 de septiembre de 1965, cuando Arturo y Emilio Gámiz y otros 11 guerrilleros atacaron el cuartel militar de Madera, Chihuahua, en la Sierra Tarahumara.
Fue el primero en sistematizar y dejar constancia de la “guerra sucia” y de los movimientos armados socialistas de los sesenta y setenta que no figuran en la historia oficial, subraya la periodista Laura Castellanos, en “El Universal”.
En Rehacer la historia revela los documentos que probaron el origen del movimiento estudiantil de 1968 y el desenlace militarizado.
Simpatizó con el EZLN y el “subcomandante Marcos”. Escribió Chiapas: la rebelión indígena de México (1997), detallado análisis del movimiento zapatista, donde opone las medidas de seguridad nacional a otras, siempre postergadas: la justicia social y la democracia.
Intelectual incómodo, fue miembro de la Comisión de Mediación entre el Gobierno federal y el EPR, para investigar el paradero de Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez. (La Comisión se disolvió en abril de 2009, al considerar que no existía voluntad del Gobierno federal).
Fue parte de todas las organizaciones relevantes para el fomento de la cultura nacional. Con Alí Chumacero, le dio vida al Centro Mexicano de Escritores. Con Hugo Hiriart, recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009 en diciembre del año pasado; fue una ceremonia tardía, como a regañadientes.
La violencia de Estado en México (2010) es su última obra. Desentraña las claves de la subversión popular y la estrategia de Estado para aplastarla. “La violencia de Estado no es sólo tortura, masacres y desaparición forzada, sino un entramado de complejos mecanismos como la impunidad en la procuración e impartición de la justicia, la legislación que criminaliza a activistas sociales y la negación de la pobreza” —escribió—. La obra se conocerá este martes.
“Se nos fue el último grande de las letras nacionales”, lamenta un grande de las letras nacionales: el poeta
Pero sobre todo, será recordado por su militancia activa en el pensamiento crítico; por cuestionar en público, lo secreto.
Se abrió campo en el análisis de los movimientos guerrilleros, con Guerra en el Paraíso (1991), su libro más importante; novela histórica del movimiento encabezado por Lucio Cabañas; documento sustantivo para comprender la rebeldía política armada.
Escribió Las armas del Alba (2003), una reconstrucción de lo ocurrido el 23 de septiembre de 1965, cuando Arturo y Emilio Gámiz y otros 11 guerrilleros atacaron el cuartel militar de Madera, Chihuahua, en la Sierra Tarahumara.
Fue el primero en sistematizar y dejar constancia de la “guerra sucia” y de los movimientos armados socialistas de los sesenta y setenta que no figuran en la historia oficial, subraya la periodista Laura Castellanos, en “El Universal”.
En Rehacer la historia revela los documentos que probaron el origen del movimiento estudiantil de 1968 y el desenlace militarizado.
Simpatizó con el EZLN y el “subcomandante Marcos”. Escribió Chiapas: la rebelión indígena de México (1997), detallado análisis del movimiento zapatista, donde opone las medidas de seguridad nacional a otras, siempre postergadas: la justicia social y la democracia.
Intelectual incómodo, fue miembro de la Comisión de Mediación entre el Gobierno federal y el EPR, para investigar el paradero de Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez. (La Comisión se disolvió en abril de 2009, al considerar que no existía voluntad del Gobierno federal).
Fue parte de todas las organizaciones relevantes para el fomento de la cultura nacional. Con Alí Chumacero, le dio vida al Centro Mexicano de Escritores. Con Hugo Hiriart, recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009 en diciembre del año pasado; fue una ceremonia tardía, como a regañadientes.
La violencia de Estado en México (2010) es su última obra. Desentraña las claves de la subversión popular y la estrategia de Estado para aplastarla. “La violencia de Estado no es sólo tortura, masacres y desaparición forzada, sino un entramado de complejos mecanismos como la impunidad en la procuración e impartición de la justicia, la legislación que criminaliza a activistas sociales y la negación de la pobreza” —escribió—. La obra se conocerá este martes.
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