México

A mí no me gusta el futbol

He intentado resistir, he echado mano de todas mis argucias, he argumentado hasta ganar, he discutido hasta perder y, al final, la marea me arrastró

He intentado resistir, he echado mano de todas mis argucias, he argumentado hasta ganar, he discutido hasta perder y, al final, la marea me arrastró: todos los días desde hace una semana mis mañanas y mis tardes se aderezan con alguna conversación sobre el partido de futbol que jugará la Selección mexicana contra Sudáfrica el viernes por la mañana.

Las pláticas no han llegado solas: las palabras del Mundial están en la radio, en los diarios impresos, en las revistas y en la red de internet. No hay forma de eludirlas, y si uno insiste en acercarse a alguno de los únicos dos “grinchs” del balón para refugiarse en otros temas, termina dándose cuenta de que uno de los dos ya sucumbió y el otro también habla del Mundial, sólo que mal.

Existen personas, aunque usted no lo crea, que no saben nada de Guardado y que la primera vez que escucharon hablar de Aguirre fue hace seis días. Que no saben nada de alineaciones y ayer se enteraron de que México juega siempre sólo cuatro partidos. Y sin embargo, esas personas, entre las que me incluyo, nadan hoy en las aguas comunes de esa fiesta que es respetada y vilipendiada tanto por escritores, políticos y filósofos, como por empresarios, obreros, estudiantes, desempleados y amas de casa.

En una primera lectura, parece que el fenómeno se vuelve abrumador por monotemático. Y sin embargo, una segunda mirada permite avizorar todo un universo de ángulos que pasan por una discusión sobre el partido de futbol: relaciones diplomáticas, historias de héroes, anécdotas de derrotas, cifras de derrama económica, explicaciones médicas a propósito de la rótula izquierda de alguien que la dejó en una jugada, descubrimientos científicos, avances tecnológicos, ética del juego, agujeros para el “lavado” de dinero en el negocio del deporte… y la lista sigue y sigue.

Lo que llama la atención de un fenómeno global como éste, es la construcción de una red de identidad común temporal. Todos saben un poco del fenómeno y nadie puede sustraerse a las historias que se generan a partir de éste. El más reacio tiene que decir que lo odia. El más feroz crítico del deporte masivo y del negocio del futbol tiene que hundirse en la construcción de frases en contra de la Selección y de sus seguidores.

A mí no me gusta el futbol. No me gustan tampoco los fenómenos monotemáticos, pero la cantidad de pláticas que he tenido en estos días previos a una fiesta que me era ajena, me han demostrado que la globalización crea historias comunes, que ya no existe nada monotemático y que hasta gruñir tiene caso. A mí no me gusta el futbol, pero no se trata sólo de un partido, se trata de discutir. A mí no me gusta el futbol, pero ¡ah, cómo me gusta discutir!
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