México
— Reto
Intempestivamente, a partir de que apareció el número 200 en la cuenta regresiva rumbo a los cada vez más próximos Juegos Panamericanos, aumentó el cacareo
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Si se va a privilegiar la objetividad sobre la demagogia, hay que decirlo con todas sus letras: la euforia oficial con respecto a los inminentes —por no decir “ya inevitables”— Panamericanos, aún no permea a la sociedad. Se comprende: aunque Guadalajara, merced al consumismo crónico e incurable de sus habitantes, es casi el paraíso de los vendedores de espejitos, la euforia sólo alcanzará a los aficionados a los deportes (potenciales compradores de boletos para los eventos de los Juegos) a medida que aparezcan en las carteleras —permítase la analogía— los protagonistas de la película. A medida que se sepa qué deportistas de qué disciplinas estarán en Guadalajara, o, peor aún, a medida que las primeras jornadas susciten el interés por la competencia en tal o cual deporte, las consecuencias se advertirán en las tribunas (...y, de paso, en las taquillas).
Mientras tanto, ahí queda el “reto mayor” a que se alude en la correspondencia oficial: “Capitalizar este gran esfuerzo deportivo mostrando al mundo que somos un Estado y una ciudad de vanguardia, con una sociedad emprendedora, preparada, unida y orgullosa de sí misma”, cuando la experiencia de sus habitantes se conecta más con los rezagos de la urbe en todos los servicios públicos; con la polémica, la improvisación y la premura que caracterizaron el equipamiento para los Juegos —la Villa, el complejo de atletismo, etc.—; con la desunión de sus habitantes, y con un sentimiento más de pena que de legítima presunción por los añejos timbres de orgullo de la ex “Perla Tapatía” que se perdieron en el camino, sin que se supiera exactamente dónde, cuándo ni cómo.
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Por supuesto, aún quedan dos recursos para tratar de revertir, en menos de 200 días, un panorama que cualquiera interpretaría como sombrío; como sintomático de que Guadalajara, con la calentura de ser sede de unos Juegos Panamericanos, se sacó el tigre en la rifa...
Uno, el mágico: que todo mundo se ponga a trabajar para enderezar en seis meses lo que creció chueco desde que se compró el boleto para la susodicha rifa del tigre.
Otro, el lógico: encomendar la empresa a las manos amorosas, providentes y maternales de la Virgen de Zapopan.
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