México

— “Quite”

En una esquina, los defensores de un ser vivo que, diría un aprendiz de filósofo, “como fue él, pude haber sido yo”

En una esquina, los defensores de un ser vivo que, diría un aprendiz de filósofo, “como fue él, pude haber sido yo”. En la otra, los defensores a ultranza de “la tradición”...

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Sucedió el mes pasado en Guadalajara. Sucede ahora en España; en Barcelona, más exactamente. Aquí porque, so pretexto de las celebraciones —otra tradición: ¡qué se le va a hacer...!— por el cumpleaños de la ciudad, se tomaron dineros de las arcas públicas municipales para hacer posible una “feria taurina”. Allá porque, en consonancia con las corrientes que pugnan  porque el ser humano tome conciencia de su pertenencia a la naturaleza, en el Parlamento de Cataluña, a partir de que “la tortura y los espectáculos crueles e inhumanos con los animales no pueden justificarse bajo la consigna de la tradición y la cultura”, se debate una iniciativa para abolir un espectáculo que, según sus defensores a ultranza, “es un rito de marcado peso simbólico y artístico”.

Se dirá que el debate (por lo menos aquí, donde nadie ha propuesto formalmente acabar con la “fiesta taurina”; se prefiere, según algunos observadores, dejar que la lenta y prolongada agonía de esa “manifestación cultural” culmine en su muerte natural) ya resulta fastidioso... Sin embargo, quizá valdría la pena pedir prestadas algunas líneas al periodista y escritor Francisco González Ledesma (“El País”, III-5-10): “Vi las puyas, las tuve en la mano, las sentí. El que pague por ver cómo a un ser vivo y noble le clavan eso, debería pedir perdón a su conciencia y pedir perdón  a Dios. ¿Quién es capaz de decir que eso no destroza? ¿Quién es capaz de decir que eso no causa dolor?...”.

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En el mismo diario, en el cartón de la página editorial, un toro, con las banderillas en el morrillo, increpa al lector: “¿Fiesta de los toros?... ¡Será de toreros y ganaderos!”.

Finalmente, los catedráticos Víctor Gómez Pin, de la Universidad Autónoma de Barcelona, y Francis Wolff, de la Universidad de París, firman “al alimón” —expresión taurina, por lo demás— esta consideración: “Si la corrida de toros transgrediera ciertos imperativos éticos universales e irrenunciables (cosa que sí hace, por ejemplo, el que practica la vivisección sin anestesia de mamíferos superiores, o simplemente maltrata a su perro, confinándole en espacios donde no puede realizar su naturaleza), sería simplemente obsceno pretender defenderla en base a argumentos de fidelidad a tradiciones”.

(Y González Ledesma rubrica su alegato con este párrafo que ningún ser sensible puede leer sin que se le nublen los ojos: “Perdonen  a este viejo periodista que aún sabe mirar a los ojos de un animal y no ha perdido la memoria del llanto”).
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