México
— Leer o no leer...
Se dice que es la feria del libro más importante de América
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“Leer educa”, reza otro de los lugares comunes en esta materia. Por supuesto, cabe distinguir: “Depende...”. Si se repasa el programa de presentaciones de obras y autores que tienen lugar durante la también llamada “fiesta anual de los libros”, o se revisa, con ojo mínimamente crítico, la oferta que con motivo de la Feria se pone al alcance de la mano de los potenciales lectores, se advertirá, con relativa facilidad, que así como es inexacto que la Luna sea de queso, no todo lo que puede comprarse en la FIL y leerse a continuación, nutre el intelecto y refina el gusto.
Los libros son como la comida: sirve lo mismo para cuidar la salud que para perderla... Para continuar con esa analogía, así como hay buena literatura, hay —y en abundancia— literatura chatarra: libros que estragan el gusto y aturden el entendimiento del lector; libros que no merecen el sacrificio de los árboles de los que se obtuvo la celulosa que se transformó en el papel en que están impresos, ni el espacio que ocupan en los anaqueles.
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En la FIL se encuentran excelentes libros, tanto entre las novedades —el flamante Premio Nobel, por ejemplo— como entre las reediciones. La FIL brinda la oportunidad de vivir la experiencia que todo buen lector quisiera: conocer al hombre que está detrás del escritor, del que ordinariamente sólo se tiene la fotografía y la biografía sumaria que aparece en la solapa de los libros; verlo y oírlo abajo del pedestal; dialogar con él... Empero, también cabe la advertencia de que tiene tanto de banquete cultural como de “show” ramplón —sobre todo para quienes se comen las hojas (los “escritores” y “artistas” que la usan como escaparate) y tiran los rábanos (los buenos libros)—, y que el lector debe estar atento para no resbalarse con una cáscara de plátano de las que abundan en ella.
De la FIL, en fin, diría un clásico del humorismo involuntario mexicano: “No es buena ni mala... sino todo lo contrario”.
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