México

— Guerras de lodo

La arquidiócesis, puesta a defender a don Juan en el juicio promovido por Ebrard, patinó estrepitosamente

Había la esperanza de que el litigio promovido por el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, contra el cardenal arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, y el vocero de la arquidiócesis de México, Hugo Valdemar, fuera, al final de cuentas, para el ciudadano común y para el pecador standard, una lección de civismo y una muestra de cómo se dirimen las diferencias, en forma civilizada, en un Estado de derecho...
¡Vana ilusión...!

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A cambio de la cátedra de propiedad y buen juicio que el cardenal Sandoval dio en la culminación de la Romería del martes pasado en Zapopan, al pronunciar una homilía pulcramente estructurada en su contenido e impecable en su forma (en los seminarios, los maestros de preceptiva literaria proponían esta fórmula: “Pensamiento claro y expresión correcta”), a favor del concepto tradicional de familia que promueve y defiende la Iglesia Católica, sin ofender ni menospreciar a quien no comparte tal concepto, la arquidiócesis, puesta a defender a don Juan en el juicio promovido por Ebrard, patinó estrepitosamente. Lo hizo, primero, al presentar un alegato en que asevera que al verbo “maicear”, utilizado por Sandoval con la evidente intención de insinuar que Ebrard sobornó a los ministros de la Suprema Corte para que declararan la constitucionalidad de la reforma al Código Civil del Distrito Federal que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, se le puede dar “la interpretación que cada quien quiera”. Lo hizo, después, al sostener que en el delito que eventualmente hubiera cometido el arzobispo al hacer tal aseveración, no peca quien con su afilada lengua mató la vaca —permítase la metáfora—, sino la prensa que, al difundir la declaración, le amarró la pata. Y lo hizo, al fin, al sostener que los alcances de la reforma señalada se circunscriben al Distrito Federal.

Los defensores de Su Eminencia leyeron, evidentemente, el inciso I del Artículo 121 de la Constitución (“Las leyes de un Estado sólo tendrán efecto en su propio territorio...”), pero no el IV (“Los actos del estado civil ajustados a las leyes de un Estado, tendrán validez en los otros...”).

Ebrard, para su desgracia, al revirar con los epítetos de “cavernal, cobarde y mentiroso”, “directísimos” —que diría el doctor Mario Rivas Souza— hacia Sandoval, olvidó que las ofensas desdicen de quien las lanza y no de sus destinatarios. Desperdició, pues, una dorada oportunidad que la vida le dio para quedarse callado.

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Colofón: marcador parcial, en detrimento del derecho y de la que hubiera sido una contienda de altura, de categoría, como corresponde a dos dignos líderes sociales, y no un show lamentable de guerra de lodo: 1-1. (Autogoles ambos).
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