México

— De muertos a muertos

El anterior fin se semana, la llamada “violencia del narco”, con todo y que los asuntos del género se han vuelto rutinarios, se llevó los titulares informativos

El anterior fin se semana, ampliado porque el asueto correspondiente al domingo 21 (ayer) se anticipó al lunes, la llamada “violencia del narco” —que lo mismo da para corridos y películas que para novelas y noticias—, con todo y que los asuntos del género se han vuelto rutinarios, se llevó los titulares informativos...

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En Acapulco, un par de balaceras entre bandas de narcotraficantes —según los reportes periodísticos— dejó una atroz estela trágica: el sábado, 28 muertos; el domingo, 15 más. Las informaciones (confeccionadas, probablemente, por un antiguo reportero habilitado como vocero de alguna dependencia policíaca) atribuían la mortandad a “enfrentamientos”, y aportaban algunos datos complementarios, absolutamente genéricos, con respecto a algunas de las víctimas: nueve presuntos sicarios, cuatro narcomenudistas, una mujer abatida por balas perdidas. Así: como quien hace una lista de ropa para lavar: tantas camisas, tantos manteles, tantos pares de calcetines. Ningún nombre propio.

De Ciudad Juárez, casi simultáneamente, llegaba una noticia similar: en sendos atentados fallecieron tres personas: Lesley A. Enríquez, funcionaria del consulado de Estados Unidos en la ciudad; Arthur H. Redelfs, su esposo, oficial de la cárcel de El Paso, Texas, y Jorge Alfredo Salcido Ceniceros, empleado de la misma legación consular. Entre las reacciones, desde la “indignación” del presidente  norteamericano Barack Obama hasta la “enérgica protesta” de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, pasando por las “recomendaciones” a los ciudadanos estadounidenses de que eviten viajar a México, salvo que sea “absolutamente necesario”. Y, por supuesto, una intempestiva visita del Presidente Felipe Calderón a la ciudad que se ha convertido en la gran piedra en el zapato de su gobierno, y el “compromiso” de que no se escatimarán esfuerzos para dar con los culpables: casi seguramente, mexicanos; probablemente, gente que ha hecho su “modus vivendi” de pasar drogas a los Estados Unidos, y que asesinó a sus víctimas con armas adquiridas en las armerías que proliferan en El Paso, y metidas a México de contrabando.

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El corolario obligado remite al viejo chascarrillo: un borrachito se cuela a un velorio, con la deliberada intención de meterse entre pecho y espalda una buena dosis de café con piquete (o sin café...) por el eterno descanso del alma del perfecto desconocido al que se dedicaban rezos y lloros.

Empero, frustrado porque las vituallas nunca llegan, se retira... Cuadras más adelante se topa con otro velorio. Entra. Aquí lo reciben cordialmente y lo atienden a cuerpo de rey... Ya en la tarde, en el cementerio, coinciden los dos cortejos.

“¡Hey...! —increpa nuestro personaje a los dolientes que lo desairaron, señalando hacia el ataúd de los que lo acogieron—: ¡éste es muerto, no tiznaderas...!”.
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