México
— Casinos
Se propone, como solución, advertir a quienes ingresan a los casinos, sobre los graves riesgos de ese pasatiempo...
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Hace años, cuando se planteaba la conveniencia de hacer modificaciones a las leyes para abrir la posibilidad de que en México se permitiera el establecimiento de casinos, se hacía un catálogo con las bondades de la idea: la perspectiva de que varias ciudades mexicanas —Cancún, Puerto Vallarta, Acapulco, por supuesto que México, Guadalajara y Monterrey...— acrecentaran sus atractivos de sol y playa, arqueológicos, arquitectónicos, etc., para beneplácito del turismo internacional; el beneficio que implicaría por la creación de fuentes de trabajo; la bendición que dichos centros de recreación representarían para el fisco, habida cuenta de que de los caudalosos ríos de dinero que fluyen por los casinos, hay canales que van a dar a las arcas públicas. Además, tenerlos tan al alcance de la mano como las tiendas de conveniencia que han desplazado a los antiguos changarros, permitiría que los mexicanos que pueden darse el lujo de apostarle al azar el dinero que les sobra, pudieran hacerlo en México y no tuvieran que llevar “de sus esclavos el sudor sangriento torcido en oro”, que dijera José Martí, hasta Las Vegas.
Ahora que los casinos son una realidad y que para tal uso se destinan fallidos centros comerciales que por años estuvieron abandonados, surge la otra parte: el descubrimiento de que en el juego no sólo se involucran los magnates que encuentran divertido tirar a manos llenas el dinero, sino también los mortales comunes, que lo ganan con el sudor de su frente y sueñan con acrecentarlo como han visto que sucede en las películas: merced a un golpe de suerte; el descubrimiento de que el juego se vuelve una adicción (es decir, una patología), y de que merced al juego se han ido por el caño, en cuestión de minutos —o, en el mejor de los casos, de horas—, pequeños capitales (aguinaldos, “tandas”, cajas de ahorro de las empresas...) con los que inicialmente se pensaba elevar, modestamente, el bienestar de la familia: comprar, pintar, amueblar o remodelar la casa; adquirir un automóvil...
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Se propone, como solución, advertir a quienes ingresan a los casinos, sobre los graves riesgos de ese pasatiempo...
(Obvia decir que esas advertencias prometen ser tan eficaces —según San Lucas...— como las leyendas de que “el consumo de este producto es nocivo para la salud” en las cajetillas de cigarros, o como la sabia recomendación de “todo con exceso, nada con medida”, en las botellas de alcohol...).
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