Mexicanos, insatisfechos con el país pero más felices
Al cierre del sexenio de Enrique Peña Nieto, hay un contraste entre la percepción que tienen los ciudadanos de su entorno y de su vida personal ¿cuáles son las razones de este fenómeno? Aquí un análisis
El mexicano promedio tiene 27 años y vivirá hasta los 75; su mayor alegría son sus amigos; le gusta más su trabajo que el nivel de vida alcanzado con él; lamenta no gozar de más tiempo libre para hacer lo que le gusta ーtrabaja 45 horas a la semanaー y está más satisfecho con su casa que con su ciudad; en una escala del uno al 10, califica su satisfacción con la vida con un 8 y a su país con 6.5; reprueba la seguridad ciudadana y vive con 10 mil 826 pesos al mes.
Este perfil surge de un análisis del Módulo de Bienestar Autorreportado (BIARE) del INEGI, una encuesta trimestral que desde 2013 evalúa el índice de bienestar subjetivo de los mexicanos con el rigor metodológico con que mide el Producto Interno Bruto o la inflación.
En el sexenio de Enrique Peña Nieto, la satisfacción de los mexicanos con el país tuvo una caída sostenida que sólo frenó el fenómeno Andrés Manuel López Obrador.
Por el contrario, pese al descontento con México, los mexicanos cada vez están más satisfechos con su vida.
“Los pobres no comen gasolina sino tortillas”, justificó hace unos días Ildefonso Guajardo, secretario de Economía. Pero los mayores niveles de descontento con el país se reportaron en enero de 2017… justo con el gasolinazo. Podríamos responder a Guajardo: el sustento no está en la gasolina, ciertamente, pero sí el sentimiento de la nación.
Conforme se acercó la elección de este año, el descontento con el país que iba en picada revirtió su caída sexenalal pasar este año de 6.1 a 6.8. Esto coloca a Andrés Manuel sólo una décima por debajo de como inició Peña Nieto su sexenio en 2013.
En cambio, se suscita un fenómeno contradictorio cuando se le pregunta al mexicano qué tan complacido está con su vida. Pese a los factores negativos como la inseguridad, el rezago en el ingreso o la desigualdad ーla familia más pobre vive con ocho mil pesos al mes y la más acaudalada con 168 mil—, la satisfacción con su vida ha mantenido un crecimiento sostenido durante el sexenio al pasar de 7.7 a 8.3.
Finalmente este es el promedio de calificación que dieron los mexicanos a otros aspectos de su vida en una escala del uno al 10, en donde uno equivale a Nada Satisfecho y 10 a Totalmente Satisfecho:
Medir lo que no se puede medir
Hay dos formas de medir aquello que no tiene medida. Por consenso metodológico, la vida es una y distinta día a día (micro): ¿Cuántas veces reí, lloré, sentí estrés o pesadumbre hoy? Los teóricos del comportamiento lo encierran en el concepto bienestar emocional. Asimismo, la vida es otra desde una perspectiva general (macro). Qué piensas de tu vida cuando piensas en ella a escala global; eso enmarca la satisfacción con la vida.
Los aspectos micro y macro de la felicidad se miden y abordan por separado. Incipientes hallazgos y experimentos sociales revelan que la arquitectura de la felicidad no es geométrica sino una suma de atajos y obstáculos distintos para cada persona.
No existen fórmulas. Pero para saber qué nos hace felices hay que revisar qué creemos que nos haría más felices. Una idea recurrente es el dinero.
Más dinero no necesariamente compra más felicidad
Daniel Kahneman, científico del comportamiento y premio Nobel de Economía, publicó un estudio en donde demostró que el bienestar emocional (micro) que la gente obtiene del dinero es muy poco o nulo después de cierto límite: 75 mil dólares al año para el caso de los estadounidenses. En 2010, la fecha del artículo científico, el ingreso anual promedio de un estadounidense rondaba los 50 mil dólares, es decir, no se precisa una fortuna para alcanzar los satisfactores emocionales que el dinero puede dar, según Kahneman.
“Más dinero no necesariamente compra más felicidad, pero menos dinero está asociado con miseria emocional. Quizá 75 mil dólares es el límite pero más allá de esta cifra no mejora la habilidad del individuo para hacer lo que más importa para su bienestar emocional, como pasar más tiempo con gente que le agrada, evitar el dolor y la enfermedad, y disfrutar el ocio”, consigna el estudio.
Caso contrario, la pobreza material agrava las miserias de la vida. Un divorcio, una enfermedad o la soledad se exacerban por la falta de dinero. Incluso los beneficios de un fin de semana se reducen.
Las penas, con un mejor ingreso, son menos. La paradoja del dinero es que su falta cataliza la miseria, pero su abundancia no otorga la felicidad que imaginamos.
Lo que el dinero quita y la escasez da
Hay una nueva ola de investigaciones científicas sobre el impacto del dinero en la felicidad (macro) y bienestar emocional (micro). Una de ellas, titulada “Money giveth, money taketh away: the dual effect of wealth on happiness”, concluye que los lujos o el acceso ilimitado a ellos reduce la capacidad de las personas para disfrutar los pequeños placeres de la vida diaria. No solo los lujos sino estar rodeado de ellos o su recuerdo permanente afecta esa capacidad.
“Experimentar las mejores cosas en la vida ーcomo surfear en Hawai o cenar en un lujoso restaurante de Manhattanー puede mitigar el goce de experiencias más mundanas de la vida diaria como un día soleado, una cerveza fría o una barra de chocolate”.
En otras palabras, el simple hecho de saber que está a nuestro alcance sin esfuerzo una visita a las pirámides de Egipto o un crucero por Alaska, aumenta la tendencia de uno a dar por descontados los pequeños placeres. La riqueza extrema, los lujos ilimitados, pueden ser otra fuente de infelicidad.
Por el contrario, la adversidad modera nuestra desdicha: “cuando su riqueza permite a un Homo Sapiens satisfacer sin esfuerzo todos sus caprichos, la mera ausencia de esfuerzo le quita a su vida un ingrediente imprescindible de la felicidad”, señaló el filósofo y matemático Bertrand Russell.
Lo más hermoso es lo más justo
De la misma manera, la escasez puede incrementar la capacidad de disfrutar esos pequeños placeres. Los investigadores identifican cuatro estrategias que, solas o combinadas, ayudan a saborear un evento positivo de la vida diaria: gesticulaciones de placer sin expresarse verbalmente; concentrarse en el aquí y ahora; pensar en ese momento antes y después de que ocurra; y contarlo a otros.
Por eso vale la pena recordar a Aristóteles en su “Ética nicomáquea” cuando refiere una inscripción en la isla de Delos que rezaba: “Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama”.
Pobres y ricos, ¿qué los iguala?
La mitad de la vida, se dice, pobres y ricos son iguales. El sueño difumina las fronteras materiales y equipara al indigente y al acaudalado. Pero fuera del sueño, hay otra condición que iguala al pobre y al rico. ¿Qué harías distinto si comprobaras que la falta de dinero provoca sentimientos de miseria emocional similares al enojo?
En efecto, la pobreza material y la neurosis tienen algo en común: estimulan sentimientos de miseria emocional equiparables. El hábito de la ira opaca la riqueza del rico y lo coloca en una situación de “pobreza”.
“Concluimos que la falta de dinero genera miseria emocional y bajos niveles en la evaluación de la vida. Resultados muy similares fueron encontrados para el enojo”, apunta Kahneman.
Los hallazgos del artículo “High income improves evaluation of life but not emotional well-being”, a partir de un análisis de 450 mil encuestas, ofrece algunas tendencias reveladoras. Alguien con estudios de posgrado tiene una mejor evaluación de su vida desde una perspectiva general pero también reporta mayores niveles de estrés. La religión tiene influencias positivas en general, sobre todo como reductor de estrés, pero no mitiga la tristeza.
“La presencia de niños en casa está asociado con significativos aumentos de estrés, tristeza y preocupación”. Pero sin duda, con una mayor satisfacción con la vida en general.
También identifica un patrón sugerente: fumar es un fuerte predictor de bajo bienestar emocional incluso pese a altos ingresos o nivel educativo ya que el cigarro está asociado con personalidades tensas.
La riqueza o pobreza material sólo ofrece el contexto. El significado final a cada hecho de la vida lo ponemos nosotros.
¿En verdad somos una nación feliz?
Un informe de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos señala que un mexicano promedio estaría satisfecho con un salario de 18 mil pesos al mes por el trabajo que hace. ¿No debería ser más? ¿O menos? ¿Su ingreso, satisfacción con su entorno y su felicidad son congruentes? El hombre medio, se quejaba Vladimir Nabokov, “no es sino un ente de ficción, un tejido de estadísticas”. Las mediciones de la dicha de los mexicanos no escapan a esa reducción. Pero es lo poco o mucho que podemos saber de nosotros mismos.
En el siglo XXI, ¿en verdad somos una nación feliz? ¿Hemos tenido al peor Presidente en la historia de México y ahora vamos a tener al mejor?
La sentencia de Octavio Paz hace más de medio siglo está vigente: “La historia nos ayuda a comprender ciertos rasgos de nuestro carácter, a condición de que seamos capaces de aislarlos y denunciarlos previamente. Nosotros somos los únicos que podemos contestar a las preguntas que nos hace la realidad y nuestro propio ser”.
Apéndice
En resumen, si tuvieras que juzgar tu vida, ¿por dónde empezarías?
Un primer paso puedes darlo respondiendo la evaluación en línea del INEGI para explorar tu bienestar.