Jalisco
Yo no era tan mala persona
SEGÚN YO
Pero en un país como el nuestro, cuya historia rebosa de turbios episodios sobre tranzas, dispendios y cuentas mochas, perpetrados por la verdadera delincuencia organizada que regentea al terruño como si fuera un prostíbulo barato y, además, de su propiedad, cada vez resulta más difícil mantenerme incólume o, ya tan siquiera, de buen humor.
Como soy de carne, hueso y un pedazo de pescuezo, y no obstante mi incansable y denodada persecución de la bonhomía (¡ja!, acotaría mi cónyuge) no consigo ejercer esa templanza que el catecismo receta como antídoto para la ira que me carcome las entrañas (de por sí maceradas por las limitaciones monetarias y por Hacienda rondándome como zopilote) cuando me entero, por citar sólo un ejemplo de lo mucho que me descompone cotidianamente el ánimo, que nuestros representantes federales trafican con boletos de avión para sacarles tajada, porque sus humildes emolumentos no les son suficientes. Y luego, leo que los diputados locales se gastan lo que a otros nos exprimen (y hasta con multas por morosidad) para costear encomiendas tan capitales como (dado que todos ellos dominan el idioma) viajar a Rusia con algún disperso propósito disfrazado de oficialidad o a reuniones sobre asuntos indígenas en Nueva York (toda vez que dicha urbe asienta a miles de ellos), o en visitas de trabajo a Marruecos (¿como pa’ qué?).
Quiero ser buena gente, pero la fea, sucia y reprobable ira se me retuerce nuevamente hasta engarruñarme los epiplones, nomás de pensar que los sujetos mencionados, además de sinvergüenzas y gastalones, andan trotando mundo sin rendir cuentas a tiempo, mientras que a los sufridos paganos nos la dejan ir por cada día que retrasemos la entrega de información y del correspondiente tributo a las instancias administradoras de los despilfarros.
Nuestro pomposo ejecutivo debe tener razón cuando insinúa que lo nuestro no es pobreza, sino mala administración. Sólo así me explico que, a pesar de vivir crucificada por el trabajo continuo, sin tregua y con una remuneración más modesta que mis ambiciosas expectativas (otro de los pecados gordos), ni estirándolos en un potro me ajustan los centavos, ya no digamos para concederme un fin de semana al año en la playa más perdida de mi propio país, sino para solventar algunos otros lujos como poner gasolina, reponer unos zapatos y comer tres veces al día. Lo asumo; alguien tan cargado de ira, rencor, disgusto, irritación y desaliento, como yo, no puede ser una buena persona.
patyblue100@yahoo.com
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