Jalisco

Ya no tengo fe en nadie

María Eduviges Escareño, de la colonia Nuevo Paraíso, habla sobre las afectaciones de la tormenta del pasado martes en su hogar

GUADALAJARA, JALISCO (05/OCT/2014).- Los levantó el agua y es también el agua la que no los ha dejado dormir en seis noches. María Eduviges Escareño Dávila es una de las habitantes de la colonia Nuevo Paraíso, un sitio enclavado en el Sur de la ciudad y que desde el martes pasado está en el mapa del territorio dañado por desastres naturales.

Habitante de El Salto, madre soltera de seis hijos y mujer trabajadora en la industria mal pagada del ladrillo, Doña Vicky ha perdido la fe en todos. Apenas el viernes por la tarde le anunciaron que iba a llegar el alcalde, Joel González, a repartir despensas y apoyos. Pero el primer edil nunca llegó. Sin embargo, las fotos del funcionario sí rolaron en todas las redacciones de medios periodísticos, acompañado de la delegada de Desarrollo Social, Gloria Rojas Maldonado.

“Nomás llegó hasta ahí en la esquina, pero ya no se pasaron hasta acá, para que vieran dónde estaba lo más feo. Nosotros somos los únicos que no nos hemos salido de nuestras casas, no queremos dejar las calles solas y perder lo poquito que nos quedó”.

La estufa dejó de funcionar y ahora es un tendedero de ropa. La lavadora y el refrigerador estilan agua puerca desde lo alto de una mesa. “Yo creo que ya no va a jalar, pero ahí las tenemos, a ver si así. Aunque sea hacemos el intento (de salvarlas)”. La despensa que llegó del Gobierno cabe en dos puños: medio kilo de frijoles, dos latas de atún, medio kilo de azúcar, una botella de aceite y “chochitos”, como le llama Doña Vicky al arroz inflado.

Aunque recientemente la colonia se convirtió en Nuevo Paraíso, “yo siempre les he dicho a mis hijos que viven en la Huizachera”. Acacia pennatula es el nombre científico del árbol que crece en zonas pantanosas y tropicales, como en la zona Córdoba de Veracruz. Huizache le llaman los tapatíos al árbol de entre cinco y ocho metros de altura y que produce unas vainas alargadas y delgadas con semillas por dentro que al batirlos producen un sonido y que bien podrían funcionar como maracas.

En esta zona los hombres salen a las cuatro de la mañana a trabajar al Centro de la ciudad. Las mujeres se quedan a juntar basura orgánica que después combinan con tierra y aserrín. Hacen tabiques que después venden o fían en 450 pesos el millar. Y cuando las mujeres “son solas” como el caso de doña Vicky, el tiempo apenas alcanza para atender a las nueras, los nietos y el negocio.

Pero el martes pasado la vida les cambió. Los drenajes de las zonas altas de la Huizachera tronaron. Los arroyos se convirtieron en canales de aguas sucias. Los fraccionamientos mal planificados tuvieron consecuencias para los habitantes de las zonas bajas. La mañana del martes, el oficial de bombero Roberto Flores, contabilizaba 60 casas que podrían sufrir daños en su estructura, porque carecían de cimientos y estuvieron casi una semana bajo 40 centímetros de un agua que hiede.

Doña Vicky no sabe qué hacer. Ya no le reza a San Gabriel, el arcángel mensajero en la liturgia católica al que todas las mañanas se encomendaba. Tampoco espera que el Gobierno llegue a contabilizar los 20 mil ladrillos que perdió para ver si rescata algo, “de lo perdido lo arrebatado, pues qué más hacemos”. La esperanza se ahogó entre aguas pluviales revolcadas, el fango de una zona pantanosa y las casas que parecen de cartón.

“Ni las camas nos dejó. El Agua es canija cuando quiere, mijo. Se llevó todo... ahora nos dormimos todos húmedos, arriba de las mesas o en catres”.
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