Jalisco
Voto de fatiga
SEGÚN YO
En ese tenor, lo que escuché cierta mañana creí que se trataba de una de las tantas vaciladas que les da por improvisar. Pero el sobrio tono con que su conductor recitó la nota, y los pelos de la nuca que se me comenzaron a erizar, me hicieron caer a la cuenta de que el asunto iba en serio y que ya ni debieran sorprenderme cuantos desatinos se cometen en nombre de la democracia, la justicia, el servicio público y las ocurrencias presidenciales.
Ni la molestia me tomé en retener, y creo que un sustancioso favor les hago a semejantes rufianes con mi desmemoria, los nombres, entidad y partido del gobernador y sus más cercanos achichincles enunciados por el comunicador en pantalla, pero el píloro se me hizo moño cuando escuché que los susodichos se habían gratificado, o pretendían hacerlo a la brevedad, con una jugosa tajada del presupuesto, bajo el exfoliante rubro de “bono de fatiga”, hágame usted el sudoroso favor.
Acudo al terminajo habitualmente utilizado en asuntos cosméticos, porque tales desvergüenzas le despellejan a uno el espíritu. Nomás al oír tan cremosa imbecilidad, en tanto me rizaba las pestañas a punta de cuchara, sentí que el PH me entraba en conjunción con la bilirrubina y cada poro de mi piel iba haciendo erupción. Nomás de percatarme del emoliente rumbo que tomarían mis recién erogados impuestos a la federación, el marcado de las cejas me quedó como el de la “Tigresa”, y al recordar la de recortes que tuve qué hacer en el gasto cotidiano para pagar en abonos al contador que me mantiene a raya con el fisco, me tembló el pulso y me dejé el delineado de ojos como una cenefa en punto de cruz.
Con el sombreado no me fue mejor y me dejé más polveada que rata de panadería, porque la temblorina me siguió cuando me llegó a la mente la urgente afinación que debo hacerle a un auto que frena a base de jaculatorias y trae las llantas buenas para hacer columpios, pero que se acaba de almorzar una buena lana por el pago de la tenencia automotriz, con todo y una docena de sospechosas multas que, tengo la certeza, fueron producto del febril y fantasioso insomnio de un agente de vialidad que no sólo vio mi coche estacionado sobre rampas y líneas amarillas, sino ubicado en ignotos rumbos por los que nunca he circulado. La sola mención de la caterva de truhanes que adoptaron el abultamiento de sus carteras, como única cura para bajarse el estrés que les provoca su comodina ineficiencia, terminó por hacerme entender que, por más manos de gato en que nos empeñemos, ni el país ni yo tenemos remedio. El estado de irritación permanente que los políticos provocan, no hay humectante que nos la suavice y tan sólo pensar en votar, me produce fatiga.
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