Jalisco
Vocación frustrada
SEGÚN YO
Por tantos años me ha carcomido el gusanito de la venta de fritangas o cualquier suerte de comestibles procesados, que algo tendré qué hacer para fortalecerlo o, de plano, fumigármelo. No sé si lo intentaré con una olla de pozole para vender los domingos en mi barrio, con un tambache de lonches de panela para colocar entre mis compañeros de chamba o con la adquisición de una franquicia para confeccionar paletas, pero eso de la comedera como negocio es una idea que me ha coqueteado toda la vida y, al paso que voy, con toda seguridad pasará a engrosarme el fardo de las intenciones irresueltas.
El deseo de colocarme el mandil a favor del prójimo, y de que éste me retribuya monetariamente la devoción con que sería yo capaz de menear las cazuelas, se me solidifica cuando, por ejemplo y por ese natural e irreductible antojadizo que me cargo, me estaciono en un expendio de preparijos y me topo con una ineptitud culinaria más honda que el cañón del Sumidero y una dinámica de servicio más lerda que trámite de Infonavit.
No logro entender por qué algunos sujetos con tan escasa o nula voluntad hacia el guiso y cuyo sazón sería inaceptable hasta por una comunidad de monjes cartujos después de ayunar un mes, tienen los arrojos para instalar un changarro de comida y, además, se animan a cobrar por las inmundicias que expenden. Menos me entra en la cabeza que, ya que se metieron en esos vericuetos, no sean capaces de acometer el oficio con diligencia y con cierto sentido común para complacer a quien tuvo el infortunio, o la urgencia digestiva, de caer en sus inexpertas garras.
¿Por qué, mejor, no discurre usted dedicarse a rentar bicicletas en el parque Alcalde o diablitos en el mercado?, quise preguntarle al flamante menudero que recién inauguró su negocio, a unas cuadras de mi casa, y al cual socorrí con el tempranero entusiasmo de quien lleva varios años lamentando que en sus cercanías no se expenda su platillo favorito. La cara de pocas y escogidas pulgas de quien con más impaciencia que solicitud tomó nota de mi pedido, me hizo anticipar que el enunciado potaje resumiría la improvisación, desgano e inexperiencia que ya se advertía en la disposición de los insumos sobre la mesa y el desorden logístico del sitio entero.
No me equivoqué. Tras unos tragos al refresco caliente, frente a un plato de caldo a medio calentar, en el que apenas destacaban unos trozos tiesos de carne ajena a mi antojo, esperé a que los torpes operarios terminaran de picar la cebolla, de tostar los chiles y de mandar a un rejego ayudante por un tambache de tortillas. Al primer cucharazo, el cuadro empeoró con aquel condumio transparente que, ni con tres limones, igual número de puños de orégano y chiles despanzurrados perdió su condición de auténtico tributo al vital líquido: incoloro, inodoro e insípido. Así que, como menudero, resultó un sólido prospecto para dedicarse al arrendamiento de bicicletas o diablitos.
patyblue100@yahoo.com
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