Jalisco

Viejitas planchadas

Por: Paty Blue

Por nonagésima vez, mi amiga la nutrióloga, quien a últimas fechas se ha comprometido en un estéril y masivo combate contra la flacidez facial, me incitó a ponerme en sus experimentadas manos para darme una “desarrugadita”, mediante un innovador procedimiento de rayos catódicos con enlaces iónicos y una pizca de vibraciones electromagnéticas batidas con láser. Y yo, que de eso sé tanto como de los efectos emolientes y los beneficios del betacaroteno, nuevamente me negué, cual si la lozanía de mi cutis no se hubiera pronunciado en huelga, desde buen tiempo atrás.

Como no la convenciera del aprecio que le tengo a cada una de las arrugas que surcan mi añosa faz, porque en conjunto representan la experiencia que atesoro como si tuviera algún valor en el mercado, arremetió con los múltiples argumentos que se gasta para mantener a su clientela, asegurándome que la recuperación de la juventud es posible con algo más que el agua de la mítica fuente que la humanidad, por siglos, se ha pasado buscando sin éxito.

No quise menospreciar sus buenas intenciones, y hasta halagada me sentí con su estimación de que mi aspecto podría ser ampliamente redimible (otro de sus argumentos mercadotécnicos), pero como no estoy convencida de que existan menjurjes o procedimientos para hacer correr el calendario en reversa, le aseguré que ni caso tenía hacerle malgastar su tiempo, esfuerzo y costosa tecnología. La juventud, como el tiempo perdido, no se recupera —sostuve con esa firmeza que le faltará a mi piel, pero no a mis convicciones— y francamente no le veo la gracia a seguir siendo la misma viejita, pero planchada.

Cada quién sabe en las que se mete y los riesgos que corre, de acuerdo a lo que establece como prioridades, y entre las mías no aparecen los recursos extremos para impedir que la naturaleza haga su parte, sin tratar de enmendarle la plana. Me apena ver que muchas congéneres sean capaces de exponer por el físico lo que no invierten mínimamente en otro terreno; que les mortifique más la apariencia que la esencia.

Admito que, a excepción del domingo, hago cada día lo razonablemente posible por no verme tan dada al catre, pero no me hallo con la vanidad exacerbada que demande ir más allá del inofensivo frotamiento con algún inocuo embadurne, así que mi insistente amiga terminó por asumir que conmigo no valía la pena seguir gastando verbo y tiempo que mejor utilidad tendrían si entraran en una testa menos férrea y más tolerante que la mía.

En el fondo, la mera verdad es que la paciencia no me da para desparramarme en un sillón con fines estéticos, ni la vanidad para someterme a recursos exóticos o métodos riesgosos que, en una de ésas, acaben dejándome como a la maestra Gordillo.

patyblue100@yahoo.com
Síguenos en

Temas

Sigue navegando