Jalisco
Viaje al país de no venderás
Esta es la historia de Rosa Isela, una mujer que llega a la Romería con la intención de mejorar la situación económica de su familia
Pero ahora son las tres de la tarde y Rosa Isela tiene hambre. Dice que sí alcanzó a desayunar, pues su marido se trajo botana para ir comiendo en el camino. La botana constó de dos "paquetazos" - una bolsa con papitas de todas las especies-, otro de galletas y un refresco de dos litros. Su esposo extrajo los alimentos de la pequeña tienda que el matrimonio de seis años acaba de montar en Toluca luego de quedarse sin empleo, ella como auxiliar de un jardín de niños y él como empleado en un periódico de la ciudad.
En la madrugada, durante el camino, ella le reclamó: "Hubieras agarrado bien para venir comiendo". Como no había por qué discutir a esa hora prefirieron dormir: "Nos venimos durmiendo porque, despierto, el hambre es canija y dormido no te pasa nada".
Las almohaditas con los rostros de Hello Kitty, Winnie Pooh, Mickey Mouse, Elmo, Pucca y la virgen caricaturizada cuestan 40, 50 y 70 pesos. Unas 20 están recargadas en una de las jardineras rojas en forma de círculo que salpican la Plaza Guadalajara, frente al Palacio Municipal de Guadalajara. Las almohaditas están envueltas en papel de celofán transparente. Del amarre superior que las protege desciende un listón en forma de rizo.
"La que te agrade, amiga, pregunta. Hay almohaditas", dice con la voz queda, tímida.
Las señoras que se acercan toman las almohaditas con las manos pringosas tras dejar en el suelo las bolsas de plástico. Las apachurran haciendo crujir el celofán. Rumian un segundo en silencio el precio. Tuercen el rostro y ensayan una mueca seca: "Ahorita vuelvo, deje voy por dinero".
Rosa Isela se desespera: "Que caigan aunque sea dos, tres", dice mientras acaricia los faldones de su mandil café.
A lo largo de la plaza se desparrama el comercio previo al festejo a la Virgen de Zapopan. Puestos de rusas, sopes, tacos, palomitas de maíz, refrescos, juguetes baratos, máscaras, buñuelos, hotdogs, almohaditas...
Rosa Isela dice que ahora su plan es sacar para comer. A su esposo le estaba yendo bien en la Plaza de Armas y de su suegra no sabe mucho. Cuando la gente más empezaba a preguntar, los policías llegaron y quitaron a Pascual. Él aprovechó el descalabro para ir a ver cómo estaba su esposa. "Dice que sí estuvo vendiendo bien, bueno, no, pero que la gente le preguntaba mucho".
Tiene calor. Viste tenis converse azul cielo y pantalón de mezclilla gris. Debajo del mandil sobresale una playera roja con los botones abrochados hasta el cuello y debajo de ésta un suéter negro arremangado hasta el codo. El cabello pequeño amarrado en una cola y aretes negros en forma de corazón.
Saca de las bolsas del mandil siete pesos con veinte centavos, "me ajusta para una agua natural chiquita", dice y lanza otro grito tímido a las personas que caminan por Avenida 16 de Septiembre e Hidalgo. "¡Almohaditas!". Quién sí le pone atención es un señor de cabello cano y barriga prominente que carga un tubo erizado de algodones de azúcar. Detiene su andar de pato y le dice que ni se haga ilusiones, que esta vez lloverá como también llovió la noche del 15 de septiembre. Rosa Isela reflexiona con un sobresalto en la mirada y lo deja pasar. Se rasca un ojo.
En la tienda de abarrotes su esposo le ayuda. "Vamos empezando. Nos quedamos sin trabajo los dos". A un costado Rosa Isela hay un joven moreno y espigado que despacha un destartalado carrito de rusas. Vacía el refresco de toronja en un vaso de litro y tira las botellas en el suelo. La basura le sirve de colchón para apoyar la hielera en donde rompe trozos puntiagudos de hielo con una cuchara.
Su esposo y su suegra vienen cada año a la peregrinación: él para ganar un poco más de dinero y ella para cumplir una manda con la virgen y agradecerle que su familia está bien. Rosa Isela tiene un hijo de un año y medio de edad. Está preocupada, pues lo dejó encargado con su cuñada.
Allí está ella. En medio de la muchedumbre, caracoleando y gritando y tratando de vender una almohadita, mirando todas las caras que se reúnen y se repelen con indiferencia. Quiere comer. También quería conocer la Catedral Metropolitana y por eso la mira de refilón mientras intenta cazar a algún cliente de todos los que tratan de esquivar la esfera inflamada del sol.
A las tres y media de la tarde, cuatro mujeres se detienen frente a la mercancía. Rosa Isela habla con una de ellas mientras las otras apachurran almohaditas. Una le dice que sí, que se va a llevar la de la virgen color azul. Saca de un pequeño monedero negro un billete arrugado de 50 pesos que Rosa Isela guarda diligente en la bolsa del mandil.
Y llora. Rosa Isela llora no por drama sino por vergüenza. Le da coraje el esfuerzo y los resultados, que su familia batalle tanto, que no haya trabajo, ni dinero. Pero el llanto no es lo importante ahora, vino a salir adelante. Ya tiene para comer. "Primeramente Dios, mañana vuelvo a mi casa", dice y se limpia las lágrimas con el envés de la mano.
EL INFORMADOR / GONZALO JÁUREGUI
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