Jalisco

Vámonos de museos

La vida de la ciudad va más allá de la clase política. Y como ya es fin de semana, lo que toca es irse de museos


Ante lo amargo del panorama político, uno corre el riesgo de ponerse amargoso. Lo que hicieron ayer los diputados (comenzar la sesión a tiempo por primera vez en la historia, para que no hubiera cuorum y por lo tanto, no pasaran los acuerdos) no hace mas que confirmar lo que dijimos ayer, y hace una semana, y hace un mes. Por suerte la vida de la ciudad va más allá de la clase política. Y como ya es fin de semana, lo que toca es irse de museos y aprovechar que en este momento hay tres exposiciones que bien valen una misa o un par de chelas en alguna cantina del Centro, a escoger.

En el Museo de las Arte de la Universidad de Guadalajara (en el edificio de Rectoría) hay una exposición maravillosa de Saturnino Herrán, un pintor único y poco visto en Guadalajara (salvo algunos cuadros aislados en exposiciones temáticas, no recuerdo ninguna exposición de él en la ciudad). Herrán (1887-1918), hijo de Aguascalientes y de un contador culto, o si se prefiere de un librero que llegó a tesorero de su Estado, se fue muy joven a vivir a la Ciudad de México. Allá entró a la Escuela Nacional de Bellas Artes, San Carlos, donde fue alumno del arquitecto Antonio Rivas Mercado (creador del Ángel de la Independencia), del catalán Antonio Fabrés (su cuadro más famosos en México es el Hidalgo Victorioso) y de Germán Gedovius, un gran colorista, el más cercano maestro del joven hidrocálido.

Herrán fue contemporáneo y amigo de dos grandes jaliscienses: Orozco y Atl y, si la muerte no se hubiera acelerado y ensañado con el joven pintor de apenas 31 años, los tres grandes muralistas sin duda hubieran sido cuatro. En 16 años de trabajo (comenzó a pintar a los 15) Saturnino Herrán dejó huella. Para no perdérsela. Es de lo mejor que ha venido a Guadalajara en los últimos años.

En el Instituto Cultural Cabañas hay otra exposición de talla mundial. Se trata de las maquetas y proyectos de Foster + Partners, uno de los grandes arquitectos contemporáneos. El montaje es maravilloso y los proyectos alucinantes: un viaducto atirantado en Millau, Francia, de una exquisitez y finura increíbles; museos, intervenciones en edificios patrimoniales, planes de urbanización, torres, arenas deportivas, etcétera. Más allá del autor, la exposición es en sí misma una buena forma de reconciliarse con la arquitectura.

La tercera es Trazos y trazas de Guadalajara en el Museo de la Ciudad (Independencia 684). La exposición es una extraordinaria colección de planos que muestran, ahora sí que a vuelo de pájaro, cómo creció y se desarrollo la ciudad. Esta muestra es una forma distinta de recorrer las calles de la Guadalajara: con la vista y a través del tiempo.

A la goma los políticos. Vámonos de museos.
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