Jalisco
Vacación a la neurosis
Cualquiera diría que el espíritu vacacional se le volvió ánima chocarrera
No había pasado ni una semana, cuando ya se le oía compartiendo en el vecindario su desazón por la estancia en casa de tres adolescentes y la carencia de un plan vacacional en el horizonte inmediato pero, apenas se le despejó con la perspectiva de un viajecillo a la costa, entró en un nuevo frenesí acentuado por la parsimonia con que los suyos se tomaban los preparativos para el éxodo familiar.
Si un rayo me hubiera partido, justo antes de irme a meter a su casa para regresarle la olla pozolera que me prestó, habría yo salido mejor librada que como testigo de aquella maniática danza sin rumbo ni objetivo, que comenzó cuando la susodicha constató que el reloj estaba por marcar las 10 y su pretensión de agarrar carretera temprano se había quedado en mero propósito.
Cualquiera diría que el espíritu vacacional se le volvió ánima chocarrera que le atormentaba la mente y le flagelaba las carnes que cambiaba de sitio y posición cada veinte segundos.
La pobre mujer iba y venía girando instrucciones a la velocidad de un rehilete en plena ventolera. Convertida en un virtual margallate de nervios, subía y bajaba la escalera aplacándose los cabellos recién lavados, doblando una toalla y desdoblando un acelere digno de acciones más efectivas que dar vueltas entre la cocina y la sala, pegando de gritos y urgiendo a que el resto de la familia compartiera su paranoia por salir cuanto antes de casa.
Consciente de que sus vacaciones ya habían comenzado, instalado en la placidez de su sillón favorito, el marido daba cuenta de una taza de café y del noticiario televisivo del día. De bermudas y con camisa estampada con coloridas guacamayas, al hombre no se le veía muy dispuesto a incorporarse al torbellino existencial que azotaba a su mujer, quien no recuperó la compostura hasta que se aseguró de sacar la basura, recoger la ropa del tendedero, encargar el perico a la vecina, cerrar el gas y todas las ventanas, constatar que los vástagos llevaran consigo traje de baño, bronceador, chanclas, salvavidas y patas de rana, y supervisar el conveniente acomodo de semejante arsenal en la cajuela del auto.
Se trataba de un frenético ritual al que el hombre parecía haberse acostumbrado porque, hasta donde la memoria en retroceso le alcanzaba, las prisas y aullidos de su mujer habían precedido cada eventual salida de casa. Así me lo hizo saber y, coincidí con él, en que cuando se tiene la oportunidad de salir de vacaciones, lo de menos es atender con puntualidad al verdugo que el resto del año nos trae marcando el paso. Sólo que la mar se seque, siempre estaremos a tiempo para remojarnos en sus olas, y si a la neurosis también le damos vacaciones, pues qué mejor.
patyblue100@yahoo.com
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