Jalisco

Un hombre recto

Y efectivamente, su espalda se encorvó desde que era joven

A Juan Pablo Rosell le gustaba reírse de sí mismo diciendo que él no era lo que puede llamarse un hombre recto. Y efectivamente, su espalda se encorvó desde que era joven al grado que, decía, él no se subía a los vochos, nomás se los ponía.

Periodista de los de antes, homeópata de verdad, tragón irredento y conversador exquisito, Juan Pablo compartió su vida entre estas pasiones; las dos primeras le dieron para mantener a la tercera, y la cuarta le abrió puertas y corazones. En la redacción, en el consultorio y en la cocina, Juan Pablo era un obsesivo: la diferencia entre algo bueno y algo excelente, decía, son los detalles, y cuidaba un texto tanto como a un paciente o un guiso.

Rosell nació en Lerdo, la parte civilizada de la Laguna, y se formó como periodista en la La Prensa al lado de Manuel Buendía, de quien contaba había aprendido que escribir es mucho más que aventar parrafadas. Se quejaba tanto del mal uso del punto y coma, “que los reporteros suelen poner cuando no saben si lo que toca es un punto o una coma”, que una día propuso, siguiendo a su maestro Buendía, arrancar la tecla del punto y coma de todas las máquinas de escribir, pues, decía “un texto se puede escribir sin usar el punto y coma, pero un texto con punto y coma mal usado, es ilegible”. La aparición de las computadoras anuló la posibilidad de erradicar el punto y coma de los teclados y con ello la didáctica de Rosell.

En la cocina no era menos quisquilloso. Preparaba con la misma pasión una rebuscada salsa francesa que unos frijoles refritos (que, por cierto, le quedaban de maravilla). El sazón lo afinaba con precisión homeopática, pero era enemigo del academicismo o de las recetas inamovibles, pues, sostenía, “no hay dos paladares iguales”. Lo que realmente odiaba eran las comidas o los textos insípidos, como las panelas mal hechas (“eso no es queso, es leche en rodajas”, gruñía).

En los noventa, Juan Pablo encontró la forma ideal de combinar dos de sus pasiones: una columna de gastronomía que, bajo el seudónimo de Rafael del Barco, revolucionó la forma de hacer crítica culinaria en Guadalajara. Cada semana, acompañado de sus esposa Cristina, (Mercedes en la columna) visitaba un restaurante, describía los platillos con una precisión que abría el apetito y finalmente, lo más temido y odiado por los restaurantes, los calificaba. Como suele suceder en estos casos, Rafael del Barco pronto rebasó en fama al original, al grado que, al correrse el rumor la semana pasada de la muerte del columnista gastronómico de la revista Ocio, un admirador se presentó en la funeraria y al ver que en el tablero sólo estaba Juan Pablo Rosell dijo aliviado, “qué bueno que no fue Rafael”.

Se nos fue Juan Pablo, el crítico culinario, el homeópata agudo, el periodista preciso, el maestro, pero ante todo,  un hombre recto.
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