Jalisco
Un hombre estrangulado y con el rostro devorado
LA CRÓNICA NEGRA
Montar a caballo y arrear ganado como representación del trabajo diario le resultaba por demás gratificante y placentero. Establecer contacto con la naturaleza y, además, vivir de ello, es algo de lo cual pocos habitantes de la mancha urbana metropolitana se pueden jactar, pues en la mayoría de los casos, la labor de oficina rompe terminantemente con la relación verde—vida y el obligado enclaustro de ocho horas, con el único paisaje concedido por cuatro paredes, es el reto a vencer día con día para continuar con el ciclo de supervivencia.
Un lunes 30, inicio de semana y fin del mes de noviembre. No había mayor alarma que el tratar de despertar animado. El único sobresalto venía de una pausa accidental, inducida por uno que otro insecto suicida que entraba desorientado a su boca, arrojado a la muerte por la danza con el aire que el equino y su jinete sostenían apasionados a cada movimiento.
El trabajo solicitado estaba a poco de concluir, pero un animal de la manada intempestivamente salió del curso obligado y corrió decidido a un pequeño montículo de tierra en el cual no se apreciaba vegetación.
La ternera rebelde, al parecer poseída por una curiosidad excitante, inclinó su cabeza y comenzó a sacudirla de arriba hacia abajo. Estaba comiendo de un sitio en el cual no había más que polvo; eso resultaba por demás extraño.
Intrigado por el actuar de la vaquilla, Miguel cedió a la duda que un cuadrúpedo falto de razón y entendimiento le despertó y dirigió a su compañero de labor al sitio en que se hallaba el mamífero insurrecto. Un horror cortó de tajo sus pensamientos y, al instante, la incertidumbre se convirtió en repugnancia. Aquello que la vaca lamía extasiada era un cráneo humano.
Rápidamente, Miguel bajó del animal que montaba y partió despavorido a narrar a su superior la desventura que momentos antes había vivido. Éste último, más encrespado por el tono del muchacho que por la descripción del hecho en sí, acudió en el acto a aquella solitaria parcela abandonada por el verde usual, únicamente para verificar que aquello que seguía siendo consumido por un animal irracional era “alguien”, que en ese momento jugaba un papel chocante en la cadena alimenticia. Ambos coincidieron en que un rápido llamado a la autoridad aliviaría el pesar generado por tan horrendo hallazgo. Acercar a la Policía al sitio traerá la anhelada tranquilidad que momentos antes imperaba en el ambiente, pensaron.
Más tarde, las autoridades ingresaban al terreno para cometerse a dar seguimiento a un hecho excepcional como ese, nunca antes visto en el poblado de Copala. Sin embargo, la Policía Municipal no viajaba sola; la caravana de auxilio estaba conformada, además, por autoridades investigadoras y forenses. Atrás de ellos, los encargados de dar a conocer por medios distintos el macabro descubrimiento que el adolescente hizo público a una sola persona.
El primer atisbo de una humanidad finada en dicha propiedad era un esqueleto descarnado. Al principio, los estudiosos de la muerte intuyeron que sería lo único restante de un cadáver que, dada su evidente falta de piel, habría permanecido bajo tierra por varios meses. Pero tras unos cuantos movimientos con la pala, los peritos descubrieron que el casco aún estaba unido al cuerpo, y que el estado evolutivo de este último no era tanto como aquel que buscó y llegó a la superficie, clamando por ayuda… exigiendo una digna sepultura…
Los hombres de blanco con el “IJCF” grabado en la espalda añadieron mayor fuerza y meticulosidad a las labores para acelerar el rescate del occiso. Media hora más tarde, el hecho se confirmó y mayores pistas surgieron al instante: los despojos estaban maniatados y envueltos en varias bolsas. Además, no faltaba una sola pieza de él y su estado de putrefacción estimado fue de 30 días. Tras el lúgubre hallazgo, el razonamiento en las autoridades rápidamente les hizo descubrir que, para un delincuente, evadir la periferia citadina con el fin de ocultar el fruto de un crimen cometido, le brinda la oportunidad no sólo de darse el tiempo para arrojar el pesar —que viaja inerte en la cajuela de su auto— en una brecha oscura y poco transitada, sino a ataviarse con la indumentaria necesaria para hacer las veces de un sepulturero profesional y “sembrar” a la víctima por la cual se recibió el pago justo para que dejase de existir.
Tras los rigurosos exámenes en la morgue, se descubrió que éste pertenecía a un hombre que, “afortunadamente” no fue sepultado con vida, pero que sí murió estrangulado. Un lazo o una soga fueron las herramientas que terminaron de tajo con los 40 años de existencia de quien, de primera instancia se cree, se desempeñaba en vida como gestor de automóviles. Las causas de esta muerte no han sido esclarecidas; la investigación se encuentra en una etapa prematura y el rastro del sepulturero improvisado es impreciso. De hecho, hay una prueba genética de por medio para corroborar su identidad a certeza plena, pues ya una persona reclamó el rostro devorado por la fauna, aludiendo a un examen dental como única coincidencia entre el occiso y su hermano, a quien le perdió la vista desde el 22 de octubre.
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