Jalisco
—Tibio, y gracias...
Si el ciudadano común no se trepa, presuroso y exultante, al carro de los Panamericanos, es porque ya no se chupa el dedo
—II—
Se comprende. No hay truco que explique el fenómeno... Si el ciudadano común no se trepa, presuroso y exultante, al carro de los Panamericanos, es porque ya no se chupa el dedo.
Precisamente porque ya vivió —aunque fuera a la distancia— el ambiente de unos Juegos Olímpicos y de dos campeonatos mundiales de futbol (aunque el segundo de ellos llegara “de carambola”), ya no tan fácilmente permite que le doren la píldora y que le den gato por liebre.
Sabe que una cosa es saber, a ciencia cierta, que en un certamen como los Juegos de 1968 participaban los mejores atletas del mundo —las medallas olímpicas son al deporte lo que los premios Nobel a las ciencias y a la literatura: los galardones consagratorios; lo máximo, para decirlo en una palabra—, y otra muy diferente el nivel, más bien modesto, de los atletas del subcontinente.
—III—
Además, mientras el Gobierno del Estado —que ya se hizo cargo, extraoficialmente, para efectos prácticos, de la estafeta que la Organización Deportiva Panamericana (ODEPA) puso en las manos de Guadalajara, cuyas autoridades ostensiblemente no han estado a la altura de la responsabilidad— hace malabarismos para sacar del fuego, con la mano del gato, las castañas de la Villa Panamericana, del Estadio de Atletismo y de lo que se acumule en ésta y en las próximas semanas, la población invitada a participar en encuestas, se mantiene al margen de la supuesta fiesta, y externa su convicción de que los Juegos de 2011, de los que se dijeron tantas cosas hermosas cuando las autoridades solicitaron, a la soberana ley de sus pistolas, la sede para Guadalajara, serán negocio de unos cuantos, y de que el ciudadano común nada tiene que ver —ni para bien ni para mal— con ellos.
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