Jalisco
Sinceridades necesarias
Los pequeños arreglos de nuestra ciudad que llegan con pasos discretos pasan desapercibidos
Mientras tanto, los pequeños arreglos de nuestra ciudad que llegan con pasos discretos pasan desapercibidos. Un jardín por aquí, una plaza por allá. Un grafito repintado, unos baches taponados. Como la ciudad se nos cae más pronto de lo que la estamos levantando, le hacemos caso omiso a sus pequeños avances; e ignoramos a sus héroes empeñosos.
Estamos viviendo de manera desatenta lo que ocurre en nuestro entorno inmediato y peor nos va si consideramos el ámbito aún más amplio que es nuestra provincia. Gracias al ecologismo sentimental nos llegan los terrores del final planetario al ver multiplicar sus acervos nucleares amenazantes, su voraz lluvia ácida, el desvanecimiento de bosques y selvas bajo agujeros de ozono, sus hordas desheredadas de humanos migrantes que salen a tocar a las puertas del bienestar ajeno, sus hambres en continentes enteros, brotes de incurables pestes, la destrucción general y descuidada de los suelos productivos, los calores climáticos que sólo van en aumento, sus océanos intoxicados, sus glaciares derretidos y la ingeniería genética que fabricará a los replicantes del futuro que ya nos van alcanzando en las noticias.
No cabe duda que para nuestra salud cabal necesitamos tomar unas sinceras vacaciones del enredo cotidiano. Situarnos en la serenidad de una playa mística, de un monte prístino o de un campo frondoso (mientras todavía los haya, aunque cada día más escasos) que nos permitan reflexionar sobre nuestra realidad cotidiana sin sus distracciones y amenazas habituales.
“De lejos se ve más claro”, va el dicho. Mientras nos rehusamos a tomar esa distancia en el tiempo, en el espacio (no sólo física, sino también emocional e intelectualmente), nos arriesgamos a vivir como zombis desde una ilusión fantasiosa, entendiendo lo que pasa alrededor como un escenario cercano a nuestros temores o pesadillas, más que el paisaje próximo a nuestros sueños y deseos.
Necesitamos volver a encontrarnos con la realidad; so pena de caer en la maldición del optimista que se condena a “ser aquél que simplemente no se da cuenta de lo que ocurre a su derredor” o del pesimista “bien informado” a quien nunca le calentará el sol ni en el desierto.
Ya se han ocupado de profundizar en estas reflexiones los filósofos modernos, de los cuales el más cortés y claro nos lo resume en una sola frase brillante: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.
No se trata de volvernos aguafiestas de nuestro propio éxito o felicidad, pero haciéndonos los desentendidos estamos acumulando una deuda ambiental que no nos alcanzará para saldarla durante varias generaciones.
Reconozcamos que para empezar, la humildad y la prudencia son virtudes que ahora nos pueden salvar de cometer acciones u omisiones tontas y desastrosas. Faltará todavía reponernos del daño que otros nos han heredado y del que ahora se está cometiendo como legado de pasivos para las futuras generaciones.
Ya no funcionará el “luego virigüas” del general Villa. Sobre aviso, sólo hay autoengaño.
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