Jalisco

Semos o nos parecemos

Solemos decir que los tapatíos somos grandes opositores a todo y que cuanta obra se propone construir, los tapatíos nos encargamos de destruir

Solemos decir que los tapatíos somos grandes opositores a todo y que cuanta obra se propone construir, los tapatíos nos encargamos de destruir. Y hay, sin duda, una parte de razón: así semos, y eso nos basta como explicación. Es cierto, no hay obra que no haya tenido su frente de oposición, unos más manipulados que otros, pero a fin de cuentas oponerse a las obras se volvió ya parte de la cultura cotidiana de los tapatíos. Lo que resulta increíble es que a estas alturas las autoridades no hayan dado pie con bola de cómo se gestiona, se discute y se socializa una obra pública. La ciudad se sigue planeando lejos de los ciudadanos y sin visión de largo plazo, como si jugaran farmville.

Esta semana, la noticia en Ciudad de México ha sido la oposición a una vía elevada de peaje, concesionada a particulares. Se trata de un proyecto muy similar, por no decir que idéntico en su concepción, al que se pretende construir sobre avenida Inglaterra, la famosa Vía Express. La de Guadalajara está atorada en el Congreso del Estado y todo parece indicar que ahí dormirá un buen rato; la de Ciudad de México, donde el Congreso es afín al Gobierno en turno, obtuvo ya todas la autorizaciones, incluso la de reservar la información financiera del proyecto, lo cual es absurdo pues aunque se trata de un negocio privado, se hace sobre un bien público concesionado.

El argumento central de las autoridades, las de aquí y las de allá, es que se trata de soluciones viales que no le cuestan al erario, que sólo la usará quien quiera y que esos que la usen dejarán de usar otras vías, lo cual ayuda a descongestionar la ciudad. El problema de este razonamiento es que se piensa la ciudad sólo en términos viales y se confunde el patrimonio con el erario. Esto es, se piensa la ciudad como una sistema de interconexión, donde el valor fundamental es la velocidad, y no como un espacio de convivencia donde lo más importante es la seguridad, la interrelación y calidad de vida. El hecho de que este tipo de vías rápidas elevadas no requieran una erogación por parte del gobierno en turno, no quiere decir que no tengan costo para la ciudad. Al contrario: tienen un altísimo costo social, pauperizan las zonas por las que atraviesan, rompen los corredores de comunicación y segmentan aún más las sociedades. La pregunta, pues, no es cuánto cuesta ni quién paga las obras, sino cómo queremos vivir y de eso nadie nos pregunta, ni a  los tapatíos ni a los chilangos.

Es cierto que así semos, pero también nos parecemos: mientras en el resto del mundo están destruyendo los viaductos elevados, en Guadalajara y el D.F. nos los venden como solución.
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