Jalisco
Según yo
Mucha pompa y poca circunstancia
No en balde los papeles de envoltura, moños y contenedores, que van desde la modesta cajita de cartón hasta los refulgentes enlatados, pasando por las suntuosas (y costosas) bolsas, cajas de madera, globos y todos los etcéteras que usted haya visto por estas fechas, son toda una industria dedicada a camuflajear los magros presupuestos que habitualmente disponemos para regalar. Bueno, cabe la posibilidad de que esté yo hablando por un reducido sector al que golpearlo es lo más benéfico que le ha propinado la actual crisis, y que eso de suponer que la mayoría andamos haciendo corto circuito con los dineros es mera invención de mi agostado cerebro.
Lo que es cierto es que esos excesos ornamentales con que forran hasta el más modesto regalo, equivalen a los majestuosos efectos especiales con los que visten en el cine a una historia guanga y mal pergeñada; o como las paletas del payaso que, una vez salvada su vistosa vestimenta de estaño en vivos colores, lo que queda es un amasijo de bombón y chocolate que más nos valdría reintegrar a su llamativo estuche.
Pero no me dejarán mentir si aseguro que los mejores regalos son, justamente, los que no admiten envolturas y deben conformarse con ostentar un gran moño, digamos, en la manija de la portezuela o en la esquina superior de sus 80 pulgadas de superficie.
Así que, sabedora de tan sinuosos procedimientos para encandilar al prójimo en estas fiestas navideñas (o a los que no se han encandilado previamente con tanto foco titilando por todos los puntos de su feérico hogar), la festiva vecina que honró su azotea con un trineo cantante llegó, la tarde del sábado, con una dotación tan vasta de receptáculos de todo tamaño, que hube de auxiliarle para desplazar tanto objeto, desde la cajuela de su auto al interior de su hogar.
Admito que envidié su largueza, cuando observé la cantidad de presentes que ya tenía al pie del árbol navideño, y los que le faltaban por empacar con los aparatosos bultos que le ayudé a cargar. La codicia comenzó a corroerme al ver su capacidad adquisitiva y dativa, pero me quedó en apenas una leve comezón cuando, de entre aquel monumento al envoltorio que erigió en la mesa del comedor, sacó una bolsa menor que cualquiera de las adornadas cajas, de donde salieron los insustanciales meollos para tan egregios empaques.
Así, me enteré que, por ejemplo, la sobrina consentida recibiría unas humildes tobilleras de marca libre, pero la efímera ilusión de verlas momentáneamente contenidas en una caja de Garfield en su versión “Merry Christmas”, ¿quién se la iba a quitar? Por eso prefiero los regalos que no admiten envoltura.
patyblue100@yahoo.com
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