Jalisco

Se hacía grandote, se hacía chiquito

El tubo de la llave comenzó a lanzar más chisguetes que el grifo

Ignoro si mi impericia o el desgaste natural de los aditamentos hidráulicos en el hogar desataron un imprevisto que no pude subsanar, como suelo hacerlo, con pegotes de silicona o plastas de cera de Campeche, que hasta ahora me habían funcionado para sortear momentáneamente la contingencia.  Ocurrió que, cuando me disponía a fregar los trastes (que más bien son ellos los que me friegan a mí), el tubo de la llave comenzó a lanzar más chisguetes que el grifo y resolví que no podría aguardar a que el eventual reparador habitual, con quien convivo todos los días, programara la compostura para el siguiente fin de semana, siempre y cuando no contraviniera sus planes recreativos, futboleros o de descanso.

Me di entonces a la tarea, nada fácil por cierto, de localizar a un profesional que exorcizara el desperfecto, sin imaginar que localizar un plomero solvente sería apenas el primero de los empinados retos que hube de afrontar, toda vez que por mis rumbos, plagados de llanteros, taqueros y hasta tejedores de bejuco, parece que la fontanería ya no ofrece garantías como oficio para sobrevivir. De tal suerte que no me quedó más que aceptar la sugerencia de una vecina, para contratar al abuelito de la prima de la muchacha que le ayuda, para que me hiciera el trabajito.

Todo estribaría en sustituir un empaque de hule que no costaría más de cuatro o cinco pesos, supuse basándome en mi soberbia tecnológica que me hace inventar lo que desconozco. Pero el veredicto del octogenario burriciego que ocurrió al cabo de cinco llamadas, ocho recados y una copiosa vertical de enseres apilados, no sólo me sacó del error, sino que hizo lo mismo con los centavos de mi monedero porque, tras desarmar el artefacto en desgracia, resultó que la arandela que sostiene la chafaldrana estaba cuarteada y eso averió la espiroqueta que suministra el agua, y que dicho conjunto volvería a la normalidad por no menos de cinco billetes coloraditos. 

El costo no incluía, desde luego, mis oficios como chalana que el senil reparador requirió para subir y que me trajeron subiendo y bajando a la azotea para interrumpir o reabrir el flujo de agua, a razón de cada cinco minutos. Cuando iba yo por la sexta vuelta, con el ritmo cardíaco a punto de pasito duranguense, comencé a sospechar si no me habría valido mejor ocurrir a uno de los calificados servicios que se ofrecen en el directorio telefónico porque, apenas dos días después de la intrincada cirugía que el viejito hizo a la mezcladora, ésta se convirtió en la más pirata de las copias de la fuente del hotel Bellagio en Las Vegas.

Al compás de exóticos chirridos que harían palidecer de envidia al más avezado músico metalero, el grifo comenzó a lanzar chisguetes en todos tamaños y direcciones, hasta anegar el piso y remojarme el ánimo por tan infructuoso operativo que se encareció aún más cuando un genuino fontanero de marca tuvo la decencia de informarme que el cachivache no tenía reparación, y que debía ser sustituido por uno tan flamante como mis intenciones de no volver a hacer caso a las recomendaciones de mis vecinas, con tal de ahorrarme unos centavos.

patyblue100@yahoo.com
Síguenos en

Temas

Sigue navegando