Jalisco

San Gabriel, un municipio marcado por Juan Rulfo

A un par de horas de distancia de Guadalajara, este destino ofrece opciones variadas para todos los visitantes

SAN GRABRIEL, JALISCO (30/ABR/2011).- Viajar a San Gabriel desquita el esfuerzo de circular, unas veces a vuelta de rueda y otras evitando a los automovilistas desesperados que aceleran como bólidos por la conflictiva prolongación de Avenida López Mateos; vale la pena intentar una escapada por la puerta Sur de la Zona Metropolitana de Guadalajara y atravesar Tlajomulco por su parte más urbanizada para tomar luego la autopista a Ciudad Guzmán.

En San Gabriel la gente se ha acostumbrado con el paso de las décadas al turismo; el lugar ofrece para los visitantes bajo el tórrido Sol de esta temporada, espacios amplios y coloridos, arquitectura íntima y antigua, paisajes naturales contrastantes y gigantescos; café y ponche bajo la sombra y la brisa de los portales frente a la iglesia del Señor de la Misericordia de Amula.

Y aunque al visitante le parece que no hay razón para la controversia, los sangabrielenses ofrecen en cada rincón de sus espacios públicos el recuerdo y la polémica siempre bajo el peso de un nombre: Juan Rulfo.

En los cafés y las tiendas de misceláneas, en las paleterías, junto al quiosco donde los árboles frondosos de la plaza hacen una sombra oscura bajo los arriates, la gente de San Gabriel habla de Juan Rulfo y asegura, aunque los historiadores literarios divulgan otra verdad, que el escritor inmortal nació en este pueblo, “aquí, sí señor, y no en la Hacienda de Apulco”, dicen unos y otros como si se tratara de un acuerdo sagrado y comunal.

A espaldas de la parroquia, en un caserón que de sus años viejos sólo guarda algunas fotografías que están a la vista del visitante, un par de ancianos amigables y acostumbrados a las visitas más extrañas, afirman que son “parientes lejanos de Juan Rulfo” y que en ésa su casa, vivió algunos años de su niñez el creador de Pedro Páramo. El zaguán de la finca tiene dos hileras de sillas dispuestas para turistas de cualquier latitud. La plática de los amables anfitriones es fluida, seguro a fuerza de repetirse varias veces al día. Y al terminar la visita, sea breve o dilatada, debe pasarse a la firma del libro de visitantes, donde se comprueba en una rápida mirada que, efectivamente, llegan a San Gabriel personas de todos los rincones del país... ¿Qué diría Rulfo de estas singulares prácticas, él tan tercamente retraído y encerrado siempre en alguna de las sombrías casas de su Luvina literaria?

Debates rulfianos aparte, debe advertirse que San Gabriel es mucho más que el recuerdo del escritor a quien siempre podrá hallársele en El llano en llamas.


Volvamos atrás...


Cuando ya se ha dejado atrás el bullicio urbano y se accede a la autopista que lleva a Ciudad Guzmán, el paso por las resequedades de la Laguna de Sayula es invariablemente una experiencia conmovedora, sin importar cuántas veces se haya andado este camino. En estos días, además, este pequeño desierto amurallado por la serranía se presenta al paseante como un escenario teatral, pálido, donde está a punto de desatarse un espectáculo atronador. La expectación no se extingue aunque bajo el apabullante brillo solar sólo se levantan remolinos delgados y verticales de polvo color hueso.

El trayecto a San Gabriel en auto, a velocidad moderada, puede ser menor a dos horas. Pero obliga detenerse al menos una vez para contemplar la laguna seca y saborear una pitaya de las que se venden en paraderos carreteros.

Después, en Sayula, hay que aprovechar la ocasión para visitar una de sus legendarias cuchillerías y comer tal vez un plato de birria.

Las horas pasan, inmejorablemente vividas, cuando la serpenteante carretera conduce a San Gabriel y en las alturas serranas se contempla el inmenso valle que inspiró el llano de Rulfo. Y de una vegetación que sobrevive al Sol y a una tierra flaca, se pasa en un dos por tres a los bosques de pino y encino donde el calor desaparece y se respira un aire con ligero sabor invernal.

Así se llega por último a San Gabriel, donde es indispensable, además de dialogar con la gente de casa, descansar la vista en la parroquia que cobija al Cristo de la Misericordia, una imagen milagrosa que, cuentan las crónicas, se negó a moverse cuando los fundadores del pueblo huían en el lejano 1576, de las explosiones del Volcán de Fuego. Cargaban la imagen —dice la historia— y cuando descansaban bajo algunos árboles, el Cristo se tornó tan pesado que ni entre muchos hombres podían cargarlo. Era la voluntad divina.

Decidieron entonces quedarse ahí y fundar una nueva población. Había nacido San Gabriel.


Además de la cabecera municipal, en San Gabriel se recomienda visitar:

- Los restos de la Hacienda Apulco, a 10 kilómetros de distancia.
- El caso de la Hacienda Telcampana.
- Los balnearios de Jiquilpan.
- Las “piedras niñas”, en las faldas del cerro Jiquilpan, que son una suerte de esculturas, y donde también se hallan petroglifos.
- Y por recomendación expresa de los sangabrielenses, debe visitarse el pueblo el tercer domingo de enero, cuando se celebran las fiestas del Señor de la Misericordia.
- Además, en mayo próximo, el Gobierno municipal invita al XIV Festival Cultural Juan Rulfo.

Más información:
www.sangabrieljalisco.gob.mx
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