Jalisco
SEGÚN YO
Carnes al aire
Al son de que se trataba de aportar fondos para alegrar la Navidad de quién sabe qué desprotegido sector, me sumé al grupillo de bullangueras amistades a quienes les entró una exótica ventolera de liberación y me arrastraron a presenciar un espectáculo “sólo para mujeres”. Mi marido, con una cara entre extrañeza y estupefacción, asumió que nada quedaba por hacer para disuadirme de ocurrir al recinto en el que media docena de individuos desinhibidos muestran sus carnes, las zarandean, las sudan y terminan enjugándolas en la ropa de alguna encandilada incauta.
¿Qué vas a ver?, espetó mi cónyuge con aire resignado cuando le madrugué todos sus posibles argumentos para entorpecer mi éxodo. Pero, ¿qué les ves?, continuó con la infructuosa ilusión de desmoronarme un arrebato juvenil a destiempo. No quise, por elemental recato, aclarar semejante obviedad respecto al rumbo que tomaría mi ávida mirada y en los sectores masculinos en los que se atoraría. Así que, como viera mi desbordado ímpetu y palpable desenfreno, no le quedó más que asumir mi festiva partida en bola y hasta me dio para pagar el boleto de lo que, anticipó, solo me acarrearía la decepción que provoca el despilfarro. Y seguramente me conoce, porque me echó la sal y el citado espectáculo sólo consiguió arrancarme dos o tres aullidos por solidaridad y veintitantos bostezos provocados por la repetición de gestos y actitudes de los bailadores.
Cualquiera podría decir que he ganado en años lo que he perdido en entusiasmo. En lo primero no puedo más que asentir, no así en lo segundo porque, si algo me ha refinado con el tiempo es, justamente, la efervescencia en más de un terreno. Pero, de ahí a que disfrute el sinuoso zangoloteo, pretendidamente sensual y sobradamente ridículo, de un grupo de individuos, en el que más de alguno justificaría la urgente aplicación de un milagroso ungüento anti celulítico, hay sus abismales diferencias.
Por otro lado, aunque me he percatado de que las jovenzuelas de hoy que no se fijan en otros atributos, no soy de la generación que confiere a las regiones posteriores bajas un valor fundamental como parte del atractivo masculino, ni creo que el torso de “lavadero” aporta mucho al arte de la seducción. Mi concepto de virilidad no estriba, definitivamente, en admirar un cuerpo masculino que, aunque dotado por los rudos efectos del gimnasio (o sabrá Dios qué menjurjes), se contonea como rumbera de los años cincuenta. Sólo espero que mi modesta aportación monetaria sea más efectiva que aquel espectáculo repetitivo y soso que atestigüé.
patyblue100@yahoo.com
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