Jalisco
SEGÚN YO
Medrando con la estupidez ajena
Lo que aquí relato pretende ser, a la par que una súplicaÊ a las instancias pertinentes y capaces de remendar el asunto, una advertencia para quienes, como una apenada e irreflexiva servidora, se dejen seducir con la pretensión de que su aparato celular se manifieste melódicamente con alguna tonadilla de moda. O, más bien, es una moción para que se abstenga usted de entrarle a lo que desconoce y termina constituyéndose en el despilfarro más draconiano de su historia.
Así fue que por mi adolescente impulso de imprimirle personalidad a mi aparatejo, busquéÊla manera de adquirir una aria de La Traviatta (o de La suavecita, que pal caso es lo mismo), por medio de uno de los cuantiosos sitios en Internet que le ofrecen a uno hacerle el trabajito. Tan simple como anotar el número telefónico para que me dieran de alta y tan complejo como estar a punto de ponerme en huelga de hambre para que me den de baja porque, desde entonces, sin haber siquiera conseguido la cancioncilla solicitada, ni ninguna otra, quedé formalmente inscrita en una empresa que me manda gatitos, chistes, créditos y no sé cuánta menudencia pueril que no atino a ingresar, ni me da chance de repelar.
Como sea habría tolerado el envío de tanta bagatela gráfica, ignorándola como lo hago con tanto mensaje inspirador que envían por correo electrónico quienes pretenden cambiar el mundo con bonitos piensos, a no ser porque el inopinado servicio se almuerza, a razón de 30 pesos por semana, el crédito que con tanto trabajo consigo adquirir para lo único realmente menester en un teléfono, que es comunicarme con alguien cuando ando en tránsito.
Brincos de alborozo di el día que me llegó un mensaje de los ignotos mercachifles advirtiéndome que, de no ingresar más crédito a mi artefacto, irremisiblemente me segregarían del venturoso contingente de receptores de sus trascendentes misivas. De aquí soy, me dije, y renuncié a la comunicación celular por casi un mes, con tal de erradicar al villano que se venía usufructuando mis centavos desde hacía tres o cuatro. Pero más tardé en adquirir una nueva tarjeta, que los miserables en agarrar su tajada, incumpliendo su riguroso apercibimiento y obligándome a buscar otros caminos hacia la liberación, ya no de una, sino de dos compañías (Movilisto y Flycell) para cuya deserción no existe otro camino que salir a la calle y aventar el teléfono para que sea arrollado por un camión.
Como las indicaciones de cancelación son tan inoperantes como los oficios de la nada amistosa empresa que regentea el territorio (quienes se limitan a informar que aún seguimos inscritos, pero no ofrecen otra salida al usuario), en plena crisis habré de arreglármelas para agenciarme un nuevo teléfono. Quién me manda andar de novelera y a ver quién es capaz de frenar el abuso de los vivales que se acogen a la estupidez ajena para armar su negocito.
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