Jalisco

—Ruido y humo

Algunas decenas de municipios han hecho pública la decisión de suspender los festejos a consecuencia del temor de los pobladores por el clima de inseguridad que priva en varias entidades del país

Ocurrencias del destino, ironías de la vida o designios insondables de la Providencia: que cada quién escoja... El hecho es que correspondió la dicha de echar la casa por la ventana, so pretexto de los fastos correspondientes al bicentenario del inicio de la Independencia y el centenario de la Revolución, no a los gobiernos emanados —“según San Lucas”— de esta última, sino (¡quién lo dijera!) a los gobiernos panistas; es decir, sus críticos históricos más furibundos.

—II—

Si algunas decenas de municipios, a lo largo y ancho de la geografía nacional, han tomado y hecha pública la decisión de suspender los festejos a consecuencia del temor de los pobladores por el clima de inseguridad que priva en varias entidades del país; si las inundaciones derivadas del temporal de lluvias han siniestrado cultivos, arruinado a los agricultores y a sus familias y dejado miles de damnificados en varios estados del Sureste; si el derecho a la salud “consagrado en la Constitución” no pasa de ser una quimera para millones de mexicanos que viven (es decir: sobreviven) en condiciones de extrema pobreza; si las deficiencias y limitaciones de la educación alcanzan proporciones escandalosas...; si todo eso es cierto, como parece serlo, habría que preguntarse si no resulta ofensivo que el Gobierno federal haya tenido la ligereza de meter mano a las finanzas públicas —y el cinismo adicional de cacarear el huevo con estridencia digna de mejor causa— para preparar un extenso programa de festejos vanos —ruido y humo, en último análisis—, que se antojarían de una irresponsabilidad mayúscula en un país que está para lanzar cohetes... y con mucha mayor razón en éste en que nos tocó vivir, que está para recoger varas.

—III—


Cuando los panistas estaban en las trincheras de la oposición, denunciaban con índice de fuego el populismo y el gusto por la demagogia de los gobernantes priistas. Les reprochaban su proclividad al aparato. Les recriminaban su desdén por el concepto más noble de su discurso y más reiterativo en sus verbalismos críticos: “El bien común”.

“Somos oposición —dijo alguna vez, en la Cámara de Diputados, Abel Vicencio Tovar— porque el régimen dominante ha demostrado (...) su incapacidad para cambiar las estructuras sociales y ponerlas al servicio de la seguridad, de la suficiencia, de la justicia para los mexicanos”.

(¡Qué pena que, por haber aprendido a “gobernar”, hayan hecho con sus principios y su “ideología” un papalote...!).
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