Jalisco
Retomar reformas en la Iglesia, reto de nuevo Papa
Celina Vázquez, investigadora de la UdeG, considera que la renuncia de Benedicto XVI al Pontificado abre las puertas de la Iglesia a las grandes reformas
Así lo plantea la investigadora de la Universidad de Guadalajara (UdeG), Celina Vázquez Parada, quien expresa que la renuncia de Benedicto XVI “es un suceso tan profundo como en su tiempo, lo fue el Concilio Vaticano II”.
Abunda que con su renuncia se restablecen condiciones para retomar “los retos de las grandes las reformas de la Iglesia Católica que planteó el último Concilio”, a pesar de que en su ejercicio Benedicto XVI exhibió un perfil conservador y reacio a los cambios”.
Esta investigadora fue enlazada vía electrónica hasta Alemania (la tierra del pontífice dimisionario), donde realiza un periodo de labor de investigación.
Comenta que en las reacciones en las reacciones observadas en Alemania, se reconoció también lo sorpresivo de su renuncia y ésta se analiza en el contexto “de su derecho a la libre decisión, y se considera como un acto de valentía el admitir que no se tienen las fuerzas suficientes para continuar con tan difícil cargo”.
Abunda que en las reacciones observada en la patria del cardenal Joseph Ratzinger, “se piensa ya en la elección del sucesor y se manifiesta la esperanza de que el nuevo Papa haga posibles las reformas de la iglesia, y vuelva la mirada a las propuestas del Concilio Vaticano II, a pesar de que los cardenales electores sean en su mayoría conservadores”.
Resalta que si bien Benedicto XVI reflejó en sus ocho años de pontificado “que su actitud frente a las necesarias reformas de la iglesia fue muy pasiva, por ejemplo en lo referente al diálogo ecuménico; o que se desearía alguien tan abierto como lo fue Juan XXIII, “nosotros los europeos ya estuvimos mucho tiempo montados en el tren, para el desarrollo de la iglesia sería importante ahora un papa de color, porque el futuro de la Iglesia está en Africa, Sudamérica y Asia” ( según el diario Lindauer Zeitung, del Estado de Baviera).
Benedicto XVI, un pontificado de transición
La académica destaca que “en política, cuando se habla de transición, se piensa en periodos cortos de gobierno que permitan establecer las nuevas condiciones del arribo de una nueva etapa. El pontificado de Benedicto XVI fue, desde mi punto de vista, un pontificado que desde las más altas esferas se pensó de transición, sin grandes cambios ni trazos de nuevos rumbos, con la finalidad de que las correlaciones internas de fuerzas terminaran de configurarse”.
Detalla que el periodo de Benedicto XVI “de ocho años al frente de la institución más longeva, influyente y numerosa del mundo, parecen un periodo relativamente corto si se le compara con el de su antecesor, Juan Pablo II. Se trata de pontificados muy contrastantes, tanto por la personalidad de sus actores, como por el rumbo que fijaron en el gobierno de la Iglesia.
Insiste la investigadora en que “ocho años que sin embargo no bastaron para que el pueblo católico creyente hiciera a un lado el recuerdo del carismático Juan Pablo II y lograra descubrir las bondades de un pontificado de línea dura fundamentado en una visión teológica firme y formada en la frialdad académica del pensamiento racional, que se opuso de tajo a las grandes reformas que la iglesia pide y necesita para adecuarse a los nuevos tiempos: el celibato sacerdotal, el ministerio sacerdotal a mujeres, la aceptación del matrimonio homosexual, la aceptación de los creyentes casados en segundas nupcias, la participación activa de los laicos en el gobierno de la iglesia, etc., etc., etc.
Afirma que “Benedicto XVI se opuso a todas estas reformas y marcó su rumbo con la declaración en contra del relativismo religioso. Buscó desde el principio revitalizar la liturgia, centrarse en los dogmas y en el derecho canónico para afianzar a la iglesia en la tradición. Fue, aparentemente y como siempre se dijo, un pontífice conservador reacio a los cambios”.
Sin embargo, pone de manifiesto “ que lo que ahora ha hecho Benedicto XVI al anunciar su renuncia libre, reflexionada y voluntaria, al cargo de pontífice, argumentando que sus fuerzas se han agotado y que su salud está muy deteriorada, es la mayor transformación que uno pudiera esperarse en beneficio de la propia Iglesia”.
Explica que “en primer lugar porque implica reconocer que el papa, o Sumo Pontífice, o Santo Padre, como se le llama a partir de su nombramiento, es un ser humano como cualquier otro, y como ser humano tiene también sus limitaciones físicas. En segundo lugar, como han señalado analistas alemanes con respecto a su renuncia, ha querido con este acto ahorrarle a la iglesia una situación vergonzosa al verse dirigida por un papa viejo y demente. Además, a la par de los cambios en el mundo, la iglesia actual parece requerir de un pontífice que se mantenga cercano a sus creyentes y en comunicación permanente, aprovechando todos los adelantos tecnológicos”.
Lo inaudito de la situación
Celina Vázquez hace notar que mientras “en México se reacciona con temor y angustia: ¿habrá dos papas?, ¿es esto un cisma?, ¿seguirá un papa negro y luego el fin de los tiempos? ¡Jesucristo no renunció!, ¡Juan Pablo II murió en la raya sin renunciar a su mandato!, en Alemania la situación es diferente: no obstante lo sorpresivo de la renuncia, se habla de la gran aportación que este papa intelectual y frío, conservador y sin carisma, como se le ha llamado, ha hecho a la Iglesia, es tan profunda tal vez como lo fue el Vaticano II.
Subraya que el pontífice saliente “aparentemente fue un opositor a este concilio, pero a partir de ahora, y gracias a su valiente renuncia, ningún cónclave pensará en adelante en nombrar a un papa que ejerza su cargo hasta el día de su muerte. El pontificado se ajustará en adelante a los requerimientos de la época, pudiendo suceder que haya renuncias al cargo del pontífice en turno. Lo que puede preverse como un pequeño resquicio por donde soplen, quizás, los vientos de la democracia”.
Añade que este hecho conlleva además un cambio profundo en la percepción que se inculca a los católicos con respecto al pontífice: como “Santo Padre” que fue llamado al momento de su elección, Benedicto XVI enseña que para morir en santidad necesita vivir recluido en oración, y no ejerciendo las funciones del ministerio petrino, que además de difíciles, son también muy políticas. Es decir, que la santidad no es un regalo si más, sino una actitud que se vive en la contemplación y el recogimiento. No en vano el anterior renunciante Celestino V, 719 años antes, fue alguien que buscó vivir en santidad y no pudo conjuntar este deseo con la encomienda papal”.
PARA SABER
La entrevistada tomó en cuenta opiniones periodísticas expresadas en Baviera, tierra de Benedicto XVI.
EL INFORMADOR/ SALVADOR Y MALDONADO.
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